Le veo desubicado, señor marqués. ¿Se encuentra bien? Entiendo su desorientación; desde que le desterraron del espacio que presidía, usted ya no es el mismo. A un noble le van a enseñar de jerarquía, ¡Ja! Qué sabrán estos plebeyos. En la anterior ubicación todo estaba más claro: situado en la intersección entre los ejes de la Alameda Principal y de la calle que bautizaron en su honor, no tenía más que mirar hacia la más importante de las dos, la Alameda, por más que el nombre de Larios lo exhibiese la otra.

Fíjese que allí, en el centro de la rotonda, su mera presencia mantenía la ficción de que ambas vías fueran perpendiculares entre sí. Nobleza obliga. Pero no lo son, como queda dolorosamente de manifiesto ahora, sólo con observar la extraña nueva alineación del pedestal de su estatua: ambas vías forman en realidad un ángulo obtuso, adjetivo éste que uno está tentado de aplicar aquí en otra de sus acepciones.

Puede que aún no haya advertido nada de esto, velado como está tras los andamios de la obra, por lo que debe estar prevenido para cuando se descorra el telón y se vea en diagonal respecto al bordillo. Claro que lo otro igual le escocerá más. Verá: tal vez la alegoría del Trabajo que le usurpó el puesto en 1931 vuelva a estar en un nivel más bajo que el suyo, pero su revancha ha sido sutil. La figura broncínea del torero Mazzantini que le da forma será la que reluzca bajo el sol de la tarde, mientras que la efigie de Su Ilustrísima, bastón y chistera en mano, quedará en penumbra permanente mirando al norte y dando la espalda a los malagueños que circulan por detrás. Estos, a su vez, admirarán la altiva pose del trabajador que sí les mira. La venganza es plato que se sirve frío; lo que no logró la República, lo consigue hoy la Gerencia de Urbanismo.