La herencia es una de esas cosas de la vida que no me interesan mucho si no es literaria o ideológica, si no se trata de pasar un testigo de decencia y dignidad de una generación a otra u otros traspasos similares. Si es económica o genética, además de tener poco mérito quien la recibe, su concreción es susceptible de generar peleas en la familia o promover ideas xenófobas o racistas que aún hoy estamos pagando todos, unos más que otros. Estos días vamos a volver a escuchar hablar de la herencia recibida. Por parte de unos, los que acaban de llegar a la Junta en forma de tripartito, y los que están desde hace unos meses en el Gobierno del país. Ambos se vendieron como ejecutivos del cambio y de la regeneración ética, pero aquí lo único palpable que ocurre es que la democracia sigue involucionando con un partido ya abiertamente ultraderechista sobre el tablero y otro que se está descomponiendo, y que se creía garante de la moral y decencia públicas, gracias al personalismo encargado por la pareja que lo gobierna con mano de hierro desde la clave de bóveda en la que debería cerrarse la cuadratura del círculo. Si escuchan hablar a algunos de nuestros jóvenes, comprenderán rápidamente de qué degeneración les hablo. No se trata de conocer y tener perspectiva histórica y madurez para interpretarla, sino de contar, de incluir en la personalidad valores democráticos. Lo cual, por cierto, es en buena parte culpa de los grandes partidos que, en los últimos años, se han entregado a la corrupción y a lo políticamente correcto en lugar de preconizar políticas basadas en la decencia y la ambición legítima de que la sociedad progrese en base a la alternancia de programas complementarios, que no contrapuestos, porque si hay ciclos en los que son necesarias medidas socialdemócratas otros requieren, claro que sí, de iniciativas liberales. Ahora tenemos el problema a la puerta del jardín trasero de casa, un partido ultraderechista que, según algunos analistas, va a sumar tres millones de votos en las próximas generales y, mientras siga Sánchez como presidente y el problema de los iluminados independentistas, más sufragios sumará, tantos como veces humillará al Estado el jefe del Ejecutivo central. Mientras, Pablo Casado juega, de nuevo, con cambiar el aborto para recabar el apoyo del sector ultra en lugar de tratar de crecer por el centro. Traficar con un derecho básico de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, tratándolas como si fueran menores de edad, debería ser punible en diversas jurisdicciones judiciales, pero aquí vale todo con tal de que el show continúe, como si para ser liberal conservador hubiera que estar contra el aborto o contra la felicidad de otras personas. Riverita, Albert Rivera, al que le hacía algo más de elegancia, dio una rueda de prensa la semana pasada mientras Moreno presentaba a su nuevo gabinete andaluz. Aquí, cada perro se lame lo que tiene que lamerse y mientras nos vamos juntos, de la manita, a la hoguera de las vanidades y el contador jamás se pone a cero.