Decía Thorstein Veblen, aquel memorable sociólogo y economista estadounidense, que pocas cosas nos pueden producir tanta repulsión como la aparente pérdida del decoro moral. Así lo percibimos en políticos de ese arco que va desde personajes como Donald Trump o Nicolás Maduro en un extremo, hasta versiones menos abrasivas, como las que representarían Jeremy Corbyn en el Reino Unido y quizás Pedro Sánchez en España. En estos últimos el más común denominador podría ser el contorsionismo ético en el que se están instalando.

Como recientemente observaba el inquilino de la columna que en el "Economist" lleva el nombre del clásico Bagehot, "Las contorsiones de Mr Corbyn sobre el Brexit están obligando a sus seguidores a replantearse su idea de que él es un hombre de principios." No es afirmación baladí. No en vano el Partido Laborista, el gran líder histórico de la izquierda británica, está profundamente dividido sobre el Brexit. Mucho más que los conservadores. Y eso sigue siendo una grave responsabilidad de Jeremy Corbyn.

Que hizo todo lo posible para aguar la campaña de su partido en el funesto referéndum de 2016 sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Campaña en la que Corbyn se había comprometido solemnemente a luchar a favor de la permanencia británica en una Europa unida por los mismos ideales y por la ausencia de fronteras. Recuerdo que las plácidas vacaciones de las que Corbyn disfrutó durante parte de la campaña del referéndum fueron un inquietante aviso para todavía no escarmentados navegantes.

Por lo indecoroso nos recuerdan en la actualidad las contorsiones de no pocos miembros del gobierno de España y sobre todo las de su presidente. En ese corrosivo escenario de espejismos y caleidoscopios que es en la actualidad el Fascio Catalán (insuperable definición del maestro don Félix de Azúa). Para muchos ciudadanos es obvia la toxicidad que puede conllevar la posible aceptación por parte del Gobierno de España de la presencia del controvertido "relator" en los encuentros de los separatistas catalanes con el Gobierno de España.

Todavía resuenan las palabras de la pregunta de Alfonso Guerra del pasado miércoles, alarmado por la propuesta de ese "relator" en el marco de las conversaciones entre los no muy leales independentistas catalanes y un excesivamente funambulesco Gobierno de España: "Los que han negociado tamaño desatino, ¿con qué equiparan a España? ¿Con Yemen del Sur o con Burkina Faso?"

Fue una interesante e inteligente pegunta.