En estos días convulsos en los que la palabra es tan frecuentemente usada como capa que esconde las intenciones y vehículo del que hace tres paradas se bajaron las verdades, nos queda sólo recrearnos en los gestos con los que el cuerpo traiciona para adivinar lo que hay dentro de la cabeza.

Sabemos gracias a Walter Bradford Cannon que la reacción de lucha o huida es una respuesta fisiológica ante la percepción de daño, ataque o amenaza a la supervivencia, respuesta que se percibe, entre otras, con la inhibición de la glándula lagrimal (responsable de la producción de lágrimas) y de la salivación, la exclusión auditiva (pérdida de audición) o la visión de túnel (pérdida de visión periférica). También la dilatación de vasos sanguíneos de los músculos y liberación de energía metabólica para darles gasolina a éstos. En las películas bélicas un sargento le grita al joven Joe, de Arkansas «¡Deja de llorar, bebe agua, céntrate, coge el fusil y sal por patas que eso es un tanque, idiota!» y en el horizonte municipal, puede ser que las elecciones sean ese tanque que se aproxima a la trinchera, y que al sargento De la Torre no le ha dado tiempo a decir «Pamplona» cuando han empezado el trasiego de ediles al gobierno de la Junta.

Casi una cuarta parte de una tacada, más colindantes, que han dicho adiós desde las Pedrizas al gobierno de una gran ciudad, con una mayoría relativamente tranquila y en la que, si nos fiamos de lo que dice el candidato perpetuo, aspira próximamente a gobernar en solitario. Una jugada arriesgada si se considera el gobierno de la Junta como débil vicario de acuerdos en constante tensión y el municipal sustentado en la premisa de que «Málaga es delatorrista». O puede que, realmente, no sean ciertas ninguna de esas dos premisas. No lo digo yo: lo dice el lenguaje corporal.