La verdad es que uno no puede por menos que llevarse las manos a la cabeza tras ver la profanación de las tumbas de Pablo Iglesias y Pasionaria. En el otro extremo, el Gobierno moribundo de Sánchez trata de desenterrar a Franco del Valle de los Caídos. ¿Qué vino primero? El aire está enrarecido, un ambiente guerracivilista nos invade y, para colmo, con Europa al borde del coqueteo con la recesión, tenemos a la extrema derecha naciente en una institución, amenazando, por supuesto, con crecer en otras tantas después de las diferentes citas electorales que pueblan el horizonte más cercano. Los dinosaurios socialistas claman contra su propio compañero de militancia, Pedro Sánchez, y cargan contra el diálogo/engaño con los nacionalistas catalanes y la figura del relator, finalmente no aceptada por el Ejecutivo bonito que ha defraudado a tantos en tan pocos meses. Se habla de unos y otros, de trincheras ideológicas y de la Guerra Civil, tan presente en nuestro inconsciente colectivo como antes. En lugar de hablar de futuro, seguimos alimentando el fuego eterno de aquella contienda que enfrentó a hermanos contra hermanos, pese a que ya no somos los mismos y, además de un importante progreso material, educativo y sanitario, hoy deberíamos tener una mayor cultura democrática procedente de aquella obra cumbre de los españoles que fue la Constitución del 78. Que un tipo como Alberto Garzón hable como habla de la Transición, que no fue modélica y se construyó también sobre sangre y silencio, indica hasta qué punto han fracasado los herederos de aquel espíritu de consenso y concordia, por la cerrazón ideológica de las izquierdas (no por las leyes de memoria histórica, tan necesarias como justas), sino por el estúpido intento de exhumar al dictador, y el humillante deterioro a lomos de los casos de corrupción y los tijeretazos a los más humildes durante la crisis económica de las derechas. Hay quien sigue prefiriendo la reforma a la revolución, intelectuales que animan a otros a defender esa Constitución que tanto nos ha permitido progresar y desarrollar, de paso, una de las mayores construcciones del humanismo político, el Estado del Bienestar, que llegó a España con treinta años de retraso en relación con otras democracias occidentales. A este revuelto histórico contribuyen también los nacionalistas catalanes, tan insolidarios y exaltados como en la II República, aprovechando, como siempre, la crisis sistémica que nos acompaña gracias a los errores cometidos por los políticos antes y durante la crisis económica y al trinca todo lo que puedas que instauró en este patio de Monipodio la cultura del pelotazo urbanístico. En esta ensalada hay de todo: un presidente mediocre, banqueros que espían a otros, una dictadura de lo políticamente correcto que amenaza con imponer corsés que no tienen nada de nuevo, una oposición exaltada a punto de echarse al monte y un expolicía gordito y fisgón que tiene agarradas las gónadas de los poderosos. La convocatoria electoral es el triunfo de la ausencia de la política. Así nos va.