Si no me aburrieran tanto las cruzadas, emprendería una para desamortizar el lenguaje. No me refiero a la lengua en si, sino al uso de la misma. ¿De que vale tener un idioma tan rico si en la mayoría de las ocasiones no podemos usarlo ni en sus formas más vulgares? Por ejemplo, si una madre harta de que el niño no le deje hacer las cosas le dice «¡para quieto de una vez, maldito crío!» se arriesga a que el sujeto llame al defensor del menor. Por supuesto un hombre no le puede decir ya a una mujer casi nada en un acercamiento (ni por señas), eso es terreno minado. Una autoridad puede multar, pero tampoco le puede soltar a un infractor habitual «pero hombre, ¿no le da vergüenza?, ¿es usted tonto o qué?». Desde luego si un policía al que un energúmeno le escupe a la cara que traiciona la causa de la república le contesta «la república no existe, idiota» puede perder la carrera.