Siempre he interpretado la ceguera como un concepto mal definido, porque se queda corto en la función de explicar todas las realidades posibles. La progresiva complejidad del individuo y la del propio sistema social en el que nos desenvolvemos han dejado corta su definición. Definir la ceguera como la privación total de la vista y como la alucinación que ofusca la razón, no da cuenta de algunas realidades cotidianas afectadas de ceguera.

Valga como muestra el botón de la alexia, por ejemplo, que es lo que ocurre cuando una lesión parietotemporal nos produce ceguera en nuestra capacidad de leer, es decir, como consecuencia de la citada lesión perdemos total o parcialmente la capacidad de leer, pero no la de comprender, o sea, que después de haber aprendido a leer usando todo el complejo sistema que participa en el sentido de la vista, por lesión en una de sus partes nos convertimos en ciegos para leer textos. Pero si alguien nos los lee los comprendemos perfectamente.

Otro botón de muestra son las miodesopsias, esa especie de incómodas moscas volantes o hilillos que aparecen ante nuestros ojos, especialmente cuando miramos superficies blancas muy luminosas. Las miodesopsias son consecuencia de opacidades por desprendimiento en el humor vítreo que transcurrido un tiempo 'desaparecen'. Entrecomillo 'desaparecen', porque en realidad no es que las moscas y los hilillos volantes desaparezcan, sino que, porque son molestas, el cerebro, motu proprio, decide dejar de verlas, independientemente de que siguen estando en el mismo sitio.

Si bien los dos anteriores ejemplos se dan como consecuencia de causas físicas y/o neurológicas, entre todas las categorías de la ceguera no recogidas en la definición del concepto, la más 'peligrosa', por su respuesta irracional, es esa ceguera metafórica de origen psicológico que justifica la paremia de que «no hay peor ciego que el que no quiere ver», aunque, a tenor de la verdad, las más de las veces, la razón de esta ceguera no responde a 'no querer ver', sino a 'no saber ver', como resultado de determinados automatismos limitantes, en general de defensa-ataque, adquiridos en la niñez y magnificados a lo largo de la vida.

Los mecanismos a los que aludo en el anterior párrafo propician que ante situaciones malinterpretadas como amenazas para nuestra zona de confort, léase incomodidad, inoportunidad o perjuicio para nuestra autoestima, nuestros intereses, nuestras necesidades..., reaccionemos automática e inconscientemente 'en defensa propia', y, como consecuencia de ello, no veamos la realidad en toda su extensión sino sesgadamente y ello nos mantenga a la defensiva, caiga quien caiga. Buena parte de la peligrosidad de este mecanismo irracional reside en que, por lo general, nos convierte en ciegos de él mismo y por tanto en araneros de nuestros intereses.

Michel de Montaigne sentenció: mi vida ha estado llena de terribles desgracias, algunas de las cuales nunca sucedieron. Y aunque desconozco el escenario que movió al padre del ensayo como género literario a alumbrar este pensamiento, lo cierto es que, respecto del proceso al que acabo de referirme, explicitó de manera preclara y concisa parte de la realidad de los afectados por esta categoría de ceguera.

El Turismo, esa primera actividad económica de mis entretelas, tampoco escapa a la ceguera. La ceguera de los que no queremos/sabemos ver el escenario turístico en toda su dimensión es un hecho incontestable que hemos ido perfeccionando a lo largo de los casi setenta años pasados ya desde el inicio del turismo de masas. La diferencia, quizá, entre el ciego que no ve por automatismos limitantes adquiridos en la niñez y la ceguera institucional y empresarial colectiva en la que se mantiene enrocado el sector turístico, es que nuestro enrocamiento en singular, el particular de los individuos implicados en el desarrollo turístico, en general, viene obedeciendo más a la ceguera del «sálvese quien pueda y duros al cajón», es decir, «a la de una, a la de dos y a las de tres: maricón el último, trinca la pasta que mañana es tarde» que a la visión reposada y responsable del «hagámoslo sosteniblemente posible, entre todos».

En lo profesional, cada vez me afecta más la ceguera por irresponsabilidad y por déficit de consciencia turística. En lo personal, que de todo hay, la ceguera adquirida de los que o no saben o no quieren ver, cada vez más, me alcanza como lanza asesina y ardiente que me atraviesa el corazón.