La calle Larios recupera temporalmente su porte elegante, dejando atrás el embovedado neogótico que la cubrió desde Navidades hasta Carnaval. Paseando por su historia, Málaga vive una semana acibarada por dos hechos irreflexivos y asoladores, acontecidos casi simultáneamente, con la connivencia de nuestros descollantes estadistas municipales y autonómicos: el primero, la demolición de Villa Maya, en El Limonar, fiel testigo y refugio de la concordia donde el cónsul de México, Porfirio Smerdou, ocultó y salvó de la sinrazón a casi 600 personas de los dos bandos en la Guerra Civil; el segundo, el inicio de los trabajos de arrasamiento de La Mundial, en Hoyo de Esparteros, pese a su documentado valor arquitectónico, tentativas legales y voces alzadas por diferentes asociaciones para su salvación y rehabilitación. Septenario aciago para nuestra memoria y patrimonio histórico-artístico. Desconsolador.

Coincido con la línea de pensamiento del profesor, filósofo e historiador francés Tzvetan Todorov, donde argumenta que una sociedad -Málaga- necesita conocer su Historia, no solo tener recuerdos. La memoria colectiva es fragmentaria, esto es, incompleta, y refleja las percepciones enmarcadas de uno de los colectivos integrantes de la comunidad; por eso puede ser utilizada y manejada por ese grupo como un medio para mercar o proteger una posición política. Por su parte, la Historia no se concibe con un objetivo político, sino con la verdad y la justicia como únicos valores imperativos.

¿Cómo podemos actuar frente a esta debacle patrimonial? A los políticos hay que exigirles, gracias al estudio de la Historia, la importancia que tiene la herencia cultural como riqueza compartida, cuestión ésta abatida en estos nefastos días. Ante estos dislates, «no es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo», me recuerda Saramago.