Hace 30 años, con uno todavía imberbe aprendiéndose de carretilla la lista de satélites del Sistema Solar, el poeta Sabina hacía de Nostradamus y nos pintaba a un hombre de traje gris gritando aquello de «quién me ha robado el mes de abril». Ayer yo también saqué mi «calendario de bolsillo», en estos tiempos convertido en pantalla de móvil, y reparé en todo lo que había imaginado que este año llegaría para mi cumpleaños.

Me dije que para este último día de marzo el Reino Unido seguro que estaría fuera de esa Unión Europea donde nunca se sitió cómodo, que al fin mi padre se sentiría cómodo sin tener que cambiar la hora cada seis meses (tal y como ocurría hasta 1973) y que como ciudadanos aún tendríamos por delante casi mes y medio de descanso antes de que una nueva campaña electoral vuelva a hacernos sentir incómodos.

Pero de momento a los británicos les han robado ese primer mes de abril tras el Brexit, a todos nosotros nos volvieron a robar ayer una hora de sueño y el presidente Sánchez no ha podido mantener ese sueño que tenía de alargar al máximo su mandato. Yo también guardaba abril en el cajón, donde guardo el corazón, y en plena Cuaresma veo que nos lo han robado. Al menos tal y como estaba anunciado.

Es lo malo de muchos anuncios, como ya hace unas semanas le dije a José María de Loma. Que el daño que generan supera con creces toda la ilusión que anticipadamente generaron. Ocurre en todos los ámbitos. En el deporte también. Vean por ejemplo a los miles y miles de seguidores malaguistas que habían olvidado, con toda una década en la Liga Santander, lo largo y duro que se hace el calendario en Segunda. Con una racha de goles que el delantero Tiburón Blanco Leschuk encadenó al principio de la temporada ya pensaron que el ascenso iba a ser «coser y cantar». Con la de tela, según repetía Muñiz hasta la saciedad, que quedaba por cortar para intentar siquiera asegurar una de las plazas del play off.

Esperemos que al Málaga CF, entre traslados y procesiones, con partidos en víspera de Domingo de Ramos o Viernes Santo a las siete de la tarde, no le roben el mes de abril. Nos conformamos con que, pasados unos febrero y marzo para olvidar, reabra la esperanza en una afición cansada de tanto aburrimiento futbolístico.

Anteayer, porque era sábado, escribía en estas mismas páginas el maestro Domi del Postigo. En su genial «Málaga sin Málaga», relataba que Málaga está cerrando por derribo (ayer le tocaba el turno a La Mundial). Y miren ustedes que yo veo a la masa malaguista por ese mismo camino, cada vez más alejada de un equipo ahogado por derribos y pleitos. A la ciudad franquiciada que ya no es de los malagueños ya le salió hace mucho un club de fútbol de diseño, descafeinado.

Hoy, que este periódico celebra 20 años, nos vemos obligados a mirarnos en aquella redacción de 1999 y en cómo de lejos queda, por ejemplo, aquel otro Málaga. Cuánta ilusión transmitimos con los Catanha, Movilla, Rufete, Darío Silva, Koke Contreras, Sandro o Basti. Ojalá vuelva abril, también en Martiricos, en forma de ascenso.