A pesar de ser parte esencial del tránsito entre el principio y el fin, entre la parte y el todo, entre la vida y la muerte..., crecer, además de un verbo polisémico es un verbo ambiguo abducido por el sistema. Crece el sapiens, el ruido, el tumulto, el amor y el odio, crecen los neutrófilos sanadores y los tumores que nos liquidan, crece la empatía y el desamor, y la inconsciencia y la consciencia. Crecen el número de destinos turísticos, y cada uno de ellos también crece, o no, como destino singular. En nuestro universo, crecer o no, forma parte del metrónomo particular de cada sujeto y de cada objeto.

Visto desde la persona en su sentido trascendente, mientras que el largo del pantalón nos alcanza escasamente hasta la rodilla crecer en años y centímetros es el único objetivo. En la niñez crecer se convierte en una simple cuestión de tamaño en centímetros y/o años, con los que papá y mamá, van dibujando el boceto de nuestro porvenir. Ay, ay...

Después, poco a poco pero a gran velocidad, al verbo crecer se incorporan los denominados indicadores curriculares, léanse cursos académicos y categorías profesionales, y los indicadores de brillo social, como el número de corbatas, coches, relojes, inmuebles, valores bursátiles... de cada uno. El verbo crecer también se convierte en sinónimo de familia, de tribu propia bendecida con la llegada de unos hijos a los que petit à petit les vamos transmitiendo con amor nuestras sabidurías particulares sobre el difícil arte y oficio de crecer, o no. Ay, ay, los bucles...

Crecer es un verbo ambiguo, decía, porque demasiadas veces, en nuestra vida personal, nos obliga a elegir: crecer hacia afuera o crecer hacia adentro. He aquí la cuestión... Y entonces ocurre que la naturaleza del sistema, que, por lo general, solo crece hacia las afueras del individuo, nos exige emplear todas nuestras energías solo para parecer individuos 'normales' en las multicolores cáfilas del sistema. Y nos convertimos en gente 'normal'. Supina aberración ésta contra la naturaleza del ser humano.

Ninguna de las asignaturas de la Facultad del Sistema nos enseña la verdad absoluta de que nadie es lo suficientemente viejo para ser joven, ni que llegar a viejo signifique haber cambiado, sino haber aprendido, porque aprender no es cambiar, sino crecer. Aprender a desaprender y reaprender a nuestro favor y no en nuestra contra es la eterna asignatura fallida en la Facultad del Sistema, que ni es de letras ni de ciencias.

El Turismo, la actividad turístico-profesional, desde el minuto uno de su historia también estuvo sometida al verbo crecer y sujeta, por un lado, al filosofema de Campoamor en su particular porfía con Diógenes de Sinope expresado en su dolosa más conocida: en este mundo traidor nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. Y, por otro lado, sujeta a la aporía de que verdad solo hay una cada vez.

Por lo que expresa el anterior párrafo, nuestra Costa del Sol ya desde su encuentro con el primer turista fue presa del verbo crecer. Y durante más de la mitad de su vida vivió sus presentes como si no hubiera un mañana. El resto de los años, hasta su actual edad, ha vivido sabiendo que mañana siempre llega, pero que mañana Dios dirá... Y en ello seguimos.

Al que le escribe, generoso leyente, le da un pavoroso repelús que en la carrera turística del crecimiento para ciegos y cecucientes la práctica totalidad de los involucrados en la actividad y el desarrollo turístico de la Costa del Sol hayamos adquirido nuestro dorsal. E, ítem más, que la autoridad competente, léanse todas las instituciones públicas involucradas, pretendan seguir haciendo el recorrido como lazarillos políticos del pelotón de inscritos.

Seguir creciendo en oferta repetida no es la solución. Por mucho que la actividad turística aporte a la economía y al empleo, ya no es la solución. Cuando el volumen acumulado de crecimiento se convierte en obstáculo para crecer la solución pasa por no crecer e incluso por decrecer. La Costa del Sol y Málaga y su provincia ya no pueden permitirse navegar en la deletérea nave del monocultivo.

Creo que fue Epicuro quien expresó que nada es suficiente para quien lo suficiente es poco. Y yo añado que las crecidas controladas de los ríos aportan riqueza, las descontroladas inundaciones.