Ante el inminente inicio de uno de los acervos más arraigados en la ciudad, la Semana Santa, el término modernidad no deja de entreverarse entre las voces de nuestros próceres al delinear cualquier esquina de nuestra milenaria urbe.

Entre sus características, la modernidad se configura por el deseo de una ruptura con lo previo, simbolizado en la tradición, y por la atracción de lo nuevo, la disconformidad y los descubrimientos; cuestión ésta -la de las invenciones- con la que el Consistorio de Málaga se redunda trazando un mapa urbanístico muy alejado de la percepción del ciudadano por su historia. Así lo iluminan las recientes farolas instaladas en la Alameda Principal, con un modelo tendente a reducir al mínimo sus medios de expresión para una más que centenaria Alameda de Wilson y posterior Salón Bilbao. Alumbrense.

Si tanto iluminado por la modernidad discurre por los despachos de la Gerencia de Urbanismo, sus responsables no deben de olvidar que mañana, 11 de abril, se conmemora un siglo de la Casa Consistorial, proyecto de los arquitectos Fernando Guerrero Strachan y Manuel Rivera Vera. Sí, La Casona cumple cien años.

A esta festividad se le suman las más de 1.100 alegaciones propuestas por colectivos profesionales, empresariales y sociales en contra del desarrollo del proyecto hotelero de la Torre de 150 metros en el puerto. Como bien argumenta la Plataforma Defendamos Nuestro Horizonte, esta incongruencia «no representa un icono de modernidad», ni representa a Málaga como modelo de una de las ciudades más antiguas de Europa. Salvador de Madariaga nos advierte: «El hombre moderno es un árbol desarraigado. Su angustia le viene de que le duelen las raíces». No caigan en la cultura del desapego, la discontinuidad y el olvido. Respeten nuestros confines.