Días pasados se ha celebrado,como todos los años,la semana de oración por la unidad de los cristianos. Es laudable tal gesto por parte de todos. Vaya por delante que con este artículo sólo deseo manifestar mi propio punto de vista, sin ánimo en absoluto de polemizar. Ya al comienzo mismo de la Iglesia se producen algunas divergencias entre Pablo y Pedro.

La Iglesia estaba gobernada por los obispos,sucesores de los Apóstoles,con sus diócesis respectivas,siendo el obispo de Roma quien se convertiría en el rector de todas las iglesias,cuya razón principal parece que fue el viaje de Pedro a Roma y su ejecución allí (aun cuando hay historiadores que dudan de tal viaje). Pronto surgieron discrepancias y divisiones, sobre todo a partir de la intervención imperial -Constantino, por ejemplo- en la Iglesia,convocando concilios para reprimir ciertas herejías. El cisma primero,que llega hasta nuestros días, fue el de la Iglesia de Constantinopla, que eligió su propio patriarca y que luego derivaría a varias iglesias ortodoxas orientales.

Posteriormente,ya en el siglo XVI, llegaría la Reforma de Lutero con las múltiples iglesias protestantes.

Acabo de leer un número extraordinario de la revista Concilium (editada tras el Vaticano II), bajo la guía de David Tracy, Hans Küng y Johannes Metz, cuyo título me llamó la atención: Hacia el Vaticano III. Lo que está por hacer en la Iglesia.

Y ahora yo me hago las siguientes reflexiones: ¿Nos hemos olvidado de lo que quería en verdad Jesús de Nazaret? ¿No estaremos dando excesiva importancia a cuestiones secundarias que nos separan, más que a lo esencial que nos une? ¿Para qué una curia de cardenales? ¿Para qué tantos dogmas,que incluso alguno contradice el sentido común? ¿Por qué tiene que ser el obispo de Roma quien dirija la Iglesia y no, por ejemplo, el representante de los ortodoxos? ¿No estaremos haciendo demasiado hincapié en las normas morales que atenazan y angustian al individuo? ¿Hemos olvidado las palabras de Jesús: «No he venido a salvar a los justos sino a los pecadores»? ¿Por qué una mujer no puede optar al sacerdocio? ¿Por qué mantener un celibato que data de la Edad Media?

Creo, en mi modesta opinión, que se podría convocar un concilio,asamblea,sínodo, o como queramos llamarlo donde estén presentes no sólo representantes de obispos católicos, sino de las iglesias protestantes y ortodoxas, todos con voz y voto, que elijan a una persona cualificada, llamémosla Papa, Patriarca o como sea y que aglutine a todas las iglesias, pues todos creemos en el mismo Jesús de Nazaret, tomando como guía el sermón de las Bienaventuranzas y las palabras de Jesús en su última cena, citadas por San Juan: «os ordeno que os améis unos a otros como yo os he amado». Sólo basta esto,el AMOR,y dejémonos de altas digresiones teológicas y dogmáticas que, muchas veces, lo que hacen es agobiar al verdadero cristiano que, incluso, a veces, pasa de la Iglesia, la cual, pienso, debe volver a sus auténticos orígenes.

Sigamos pidiendo a Dios que envíe su Espíritu para lograr la tan ansiada unidad.