Anteayer, como tantos lunes, decidí incorporarme al designio del sudor de mi frente en pos de mi pan, caminando. O sea, que empecé la semana recorriendo los cuatro kilómetros hasta mi despacho, con la fresquita, que ya no es tanta. Al salir, ya amanecía tímidamente; cuando llegué, el sol se había apoderado de la ciudad y mantenía a raya a algunas breves nubes breves contestatarias.

En la calle, entre los andarines, que no éramos pocos, había de todo, y cuatro kilómetros dan para mucho. A poco de iniciar la marcha me tropecé con una dama madura de especial buen ver, que, atropelladamente, nos preguntaba a todos los que caminábamos en sentido contrario si habíamos visto la luz que había perdido la víspera. Cuando extrañado le pregunté si se refería a su linterna y ella se echó a llorar aclarándome que la luz extraviada era la suya, su propia luz, no la de la linterna, me enterneció. Pura empatía. Tras manifestarle no haberla visto, le pedí su número de teléfono, por si durante mi caminar me tropezaba con su luz, llamarla. Aunque, pensándolo bien, nos sé, aun no habiendo encontrado su luz, quizá también debiera llamarla para interesarme por su estado, por si pudiera hacer algo por ella. Puro deber de caballero.

Absorto en la dama y en cómo sería su luz, en una esquina, casi me di de bruces con dos individuos que hacían profecías sobre las elecciones patrias del próximo día veintiocho, españoles ellos. Por su acento, emigrados y con pinta de llegar muy temprano a casa, de vuelta de la excursión de la víspera, claro. Ambos, que habían alcanzado el nivel etílico suficiente para haber perdido la razón hasta el punto de estar en posesión de la verdad unívoca, cantinfleaban mientras medían las aceras.

Pocos metros más abajo, un hermosísimo pastor belga, tervueren para más señas, me paró educadamente y me preguntó si había visto a dos individuos. Cuando me dio algunos detalles lo tuve clarísimo: eran los dos compadres cantinfleantes. A este magnífico can si pude ayudarle. Total solo se trató de indicarle: «al doblar la esquina». El animal me dio las gracias efusivamente en español, pero con marcado acento del Brabante flamenco.

Hasta llegar al despacho me crucé con una decena de tablas de abdominales buscado dueño, con algunos gofres que provocaban a voz en grito a los más débiles en tiempos de 'operación biquini', con un grupito de coartadas perfectas para las amantes que llevan años buscándolas mal y no dan con ellas, con una ración de moules-frites et Gueuze que algún desalmado debió despreciar la noche anterior, con un abrazo no correspondido, con varios besos juguetones, con decenas de caricias desaprovechadas, con multitud de actos de amor incomprendidos, con diversas entregas incondicionales sin acuse de recibo, con variadas propuestas cómplices no resueltas, con toneladas de empatía desperdiciada, con quintales de iracundia incontenida, con infinitas palabras de amor no dichas...

La temprana calle anteayer estaba llena de pérdidas y de emociones y de desnortes, pero también de desprecios, de irresponsabilidades, de faltas de consciencia, de batiburrillos de promesas incumplidas disfrazadas de realidades consumadas... Y, cómo no -hasta aquí llegaban-, de bramidos procedentes de los discursos político-pedestres-pancistas de todos los candidatos al Gobierno de España, menos uno, que no se presentó a las elecciones por no dar la talla de la nombradía, del que sé de buena fuente que pretende alistarse voluntario a Infantería de Marina por aquello de ayudar a la patria, que es lo suyo, pero, sobre todo y principalmente, por las tortillitas de camarones de San Fernando, que lo vuelven loco€ En estos tiempos de ruido y furia hasta el más tonto hace relojes.

Casi en mi destino ya, revoloteando torpemente a mi alrededor, una estrepitosa opinión turística, peregrina y salada, requetesalada, me abdujo:

El menos soso de cuantos responsables institucionales turísticos ha tenido nuestra Costa del Sol desde sus inicios estima que, si bien debe ser el alcalde de Málaga quien lidere el proyecto, Málaga necesita perpetrar el truculento megahotel-pepino del puerto, «porque será positivo para la ciudad». Me da que, a pesar de su punto saleroso, el día de autos no había dormido bien.

Ay, ay, ay..., aunque la obsecuencia partidista sea un deber irrenunciable, cuidadín, cuidadín, que diría el gran Chiquito, que las palabras, chivatas siempre, a veces también son impías, traidoras, ingratas y suicidantes.