Los cielos cubiertos, la lluvia intermitente, el sol como galán interino, se convierten en acólitos de esta semana de Pascua en Málaga, sombreada por dos términos entreverados que perfilan estos últimos días airados de un abril revuelto: debate y controversia. El debate, como ya conocen por nuestra condición humana y por su explosión en estas postreras jornadas, es una discusión en la que dos o más personas opinan acerca de uno o varios temas y en la que cada quien expone sus ideas y defiende sus intereses. La controversia se trata de una disputa por asuntos que generan distintas opiniones contrapuestas, existiendo una discrepancia entre los integrantes del debate. Unas controversias pueden ser momentáneas y aun sin llegar a un acuerdo no modifican la esencia de las cosas; otras, en cambio, son históricas y afectan a dimensiones como la religión, la filosofía o la política, pudiendo generar posturas extremas y fanatismos. A la conclusión de una nueva Semana Santa donde he leído titulares suscitados por acciones confusas y discordantes -origen de todo tipo de debates y controversias- que han ensombrecido momentos únicos de nuestra Semana de Pasión, se le suman las datas convulsas previas a la cita electoral de este domingo. Más desconcierto. Ante tanta agitación que me trastoca el ánimo en tan poco espacio temporal, decido seguir refugiado en los libros. Nadie nos puede prohibir leer y somos libres, al menos en esta experiencia. Los libros nos mantienen anhelantes y apacibles. Frente a este tiempo turbador, me albergo en el litoral de los versos del añorado poeta y editor malagueño Emilio Prados: «Yo quiero huir, perderme lejos, allá en esas regiones que en unas anchas hojas tiemblan sobre el estanque de los sueños que inundan». Escapar de tanta contradicción enmarañada. Hallar el bálsamo del sosiego en los libros.