Hace algún tiempo, en un vuelo de regreso a Málaga, tuve la suerte de coincidir con Mariano Barbacid. Lo identifiqué enseguida, allí, junto a mi asiento. Él, pensativo, no dejaba de mirar por la ventana mientras yo colocaba mis maletas en el portaequipajes. Tras sentarme a su lado, dejé transcurrir unos minutos de cortesía mientras dilucidaba la posibilidad de entablar conversación con él. Desde la más primigenia ternura de nuestra infancia, crecemos ávidos de referentes y buscamos espejos ajenos, ¿qué más da si reales o ficticios?, en los que identificarnos para guiar nuestra evolución y sentirnos mejores: Robin Hood, Luke Skywalker o Superman, un poner. El bien, materializado en la bondad y la valentía de cada personaje, no tarda en alzarse como un referente moral digno de imitación. Pero, poco a poco, conforme la madurez se va dejando caer, esta tendencia a conformar lo idílico sobre nuestra propia persona se concreta y extrapola a los deseos proyectados sobre nuestra propia profesión del futuro. Es entonces cuando deseamos ser Sherlock Holmes, porque añoramos triunfar como detectives, o Maverick, porque anhelamos alcanzar la fama como pilotos de cazas de combate, o Perry Mason, porque nos emociona conseguir cerrar las bocas con un alegato impecable. Más adelante, llegado el momento en el que los años comienzan a pesar sobre los hombros, los referentes de ficción se sustituyen por personas reales, de carne y hueso, que crecieron como nosotros y llegaron, por su valía personal, a una grandeza humana o profesional que se nos enfrenta como algo digno de elogio e incuestionable reconocimiento. Y es por ello que tener a mi lado a un referente de fama mundial en la lucha contra el cáncer me estremece y me emociona. Para mí, que soy lego en la materia, luchar desde nuestro siglo contra el cáncer se me asemeja a batallar contra la Peste Negra en 1348. Toda una epopeya. Me resulta irremediable hincar la rodilla ante profesionales cuya grandeza se deja derramar en beneficio de la comunidad. De forma paralela, recuerdo igualmente que, en el campo de las letras, la trayectoria de Pérez Reverte nos hacía la boca agua a todos los neófitos que comenzábamos a coquetear con la escritura. Su experiencia como corresponsal, su continuos puñetazos en la mesa a cuenta del incuestionable «que yo lo he visto, que no me lo han contado», su auge como escritor y su consagración final como académico marcaban un reflejo que muchos nos tatuábamos como referente. Que tus letras te sobrevivan y que la gente te quiera por ellas es el deseo oculto o manifiesto de todo escritor. Quien, desde el gremio, desdeñe esta máxima, probablemente mienta. No dejen de caer en la cuenta de que los dos personajes que les refiero como ejemplo pertenecen a las fronteras de nuestra España y de nuestra actualidad, que son las que libremente he trazado para hablarles de esto. Si abriera el cerco geográfico y temporal, me sería inevitable referir a Jesús de Nazaret, San Francisco de Asís, Da Vinci, Agatha Christie o Einstein, verbigracia. Pero sigamos con la fauna nacional de nuestros días. Si seguimos y me aprietan hacia otros oficios, evidentemente, cómo no, me encantaría tener el brazo derecho de Nadal, la clarividencia y sentido de la justicia de Santiago Agrelo, el trazo de Ibáñez o la sazón de Karlos Arguiñano. Sin embargo, mi vacío y mis interrogantes sin respuesta comienzan a desplomarse sobre mí cuando, en los mismos términos que les comento, hago por internarme en el mundo de la política. O vos, qui intratis, omni spe auferte. Vosotros, los que aquí entráis, abandonad toda esperanza, refiere Dante. Insisto. En este tiempo hostil, propicio al odio, que diría Ángel González, vivimos faltos de una referencia política de altura, de líderes institucionales que dejen huella y marquen una honesta impronta moral como iconos consensuados de reconocimiento. Si los hay, que no digo que no, yo no los hallo. Al menos a niveles de grandeza. Podría suavizarlo diciendo, si lo prefieren, que los que hay no me convencen. Ni en las tribunas, ni en los hemiciclos. Ni en las tertulias ni en los debates. Y, por supuesto, para mi desdicha, tampoco los encontré, ni mucho menos, como cabezas de ninguna lista en las elecciones generales del pasado domingo 28 de abril.