Los candidatos a la alcaldía de Málaga van de debate en debate en un no parar. Los encuentros han sido dos pero nos parecen ya doscientos. De la Torre ve a Cassá más que a su esposa, que es Rosa Francia, mujer inteligentísima con la que da gusto hablar, tertuliana radiofónica. El alcalde prefiere sin embargo confrontar con Eduardo Zorrilla (IU) o Dani Pérez (PSOE) qué es lo mejor para el Guadalmedina, como si todos los malagueños no supieramos que el regidor no tiene la más mínima intención de hacer nada en tal río, que sigue siendo el río que no nos une y más bien nos separa. Es un río sin solución, cuya solución a lo mejor es ser un río y llevar agua; un río al que los políticos dejen en paz o se tiren a él si no se sienten útiles. Aún quedan debates, algún encuentro informal, fotos juntos para los periódicos. Conviven y conviven y a lo mejor hasta se cogen cariño. El roce hace el cariño, ya lo saben, aunque yo soy más partidario del goce hace el cariño. A Cassá (Cs) lo veo fumándose un buen puro para relajarse y preparar los debates. Y en la intimidad, a solas delante del espejo, vistiéndose de árbitro, todo de negro, con silbato y escudo de la Federación. Pitándole fuera de juego al alcalde o sacándole tarjeta roja a Rosa Galindo. Lo va a ser seguramente, árbitro, para desequilibrar a derecha o izquierda.

A Zorrilla lo imagino montando en bicicleta para generar endorfinas. Como siga estilizándose, cualquier día se sale de la pantalla de puro alto. A veces cuando están todos es difícil cortar la foto, dado que si Zorrilla sale de cuerpo entero a los demás les sobra de la cabeza al techo lo menos un metro, lo cual no quiere decir que sean candidatos enanos, no hombre, por Dios, ni candidatos de poca altura, son nuestros candidatos, y así están hechos y han nacido y así debemos quererlos, protegerlos e inclusive adorarlos, lo cual no significa votarlos o tal vez sí botarlos si no nos gustan.

Algunos llevan en lo municipal siete vidas, pero como no son gatos aspiran a una octava. Yo si es por octavas me quedo con la poética, octava real, una estrofa, propia del Renacimiento, de ocho versos endecasílabos.

No pocos están deseando llegar a mitad de campaña para poder decir que «estamos en el ecuador», un cliché que denota poca imaginación. Habría que mandar a Quito al que lo escribe, también a Sudamérica un ratito a todos los candidatos a descansar de tanto proponer y prometer, por ejemplo, «apoyar al emprendedor», que debe estar el emprendedor ya guarnío de tanto apoyo, tal vez le hayan desmochado el hombro al pobre, sin contar con la «apuesta por mejorar los barrios», que mejorarían ya bastante con prohibir aparecer por ellos al que repita y repita tal latiguillo sin hacer nunca nada, o nada nunca. Aunque igual le dices eso y te dicen que habría que debatirlo. Con luz y taquígrafos, aunque los taquígrafos de nuestra era electoral son las redes sociales. Pero es verdad que esto se presta a debate.