Al igual que cada día andamos una hora o tomamos clases de inglés, usted debería aprender cuanto antes las palabras que ya están de moda y que forman parte del devocionario de la progresía. Las últimas, como ya sabrá, son distopía, disruptivo y empoderamiento, y si no las usa pronto será clasificado con cualquier estrambote al uso. Son el santo y seña por el que se reconocen los adeptos de la secta políticamente correcta. Hay más términos, sin duda, como gobernanza y machirulo. Con este último se designa despectivamente al hombre, es un derivado etimológico de macho/machista, y es indudable que existen machistas, como también maltratadores, una subespecie deleznable que, como la mala hierba, no termina de arrancarse nunca del todo. Pero también existen feminazis, qué duda cabe, como las asesinas de hombres o las secuestradoras de sus hijos, aunque sean puestas rápidamente en libertad, para que no se diga.

El primer caso conocido con pretensiones de exterminar al hombre fue el de Valerie Solanas, intención ésta realmente poco demandada por el género masculino. Valerie fue conocida por disparar en 1968 contra Andy Warhol. Estaba furiosa porque le había entregado al gurú del pop art un guión bajo el título de Up to ass y no le había prestado ninguna atención, pecado gravísimo para la susodicha, que se tenía en alta estima. La mujer defendía una patológica teoría contrafreudiana: no es la mujer la que envidia el pene del hombre, no, sino el macho quien recela de la hembra porque él es una versión deficiente de ésta, «el hombre es un accidente biológico», sostenía la criatura al modo Menguele. Cincuenta años han pasado desde entonces y… sigue tan joven.

Pero lo que se ha comentado con amplitud en las últimas dos semanas ha sido el rechazo de Podemos -quizá sería mejor decir «podemas» tras el cambio de nombre- a las donaciones de tecnología de la salud de Amancio Ortega. Decía Pablo Iglesias que «una democracia digna no acepta limosnas de multimillonarios», qué sabrá este individuo de democracias dignas, si solo se emplea en destruir la española para sustituirla por otra de corte caribeño. Lo que sucede es que le fastidia que haya españoles que encuentren solución al cáncer, por ejemplo, por las donaciones de un gran empresario que, precisamente por su condición de tal, crea miles de puestos de trabajo, aunque después Echenique no dé de alta a su asistente personal. Si me interrogo acerca de cuántos empleos crea Iglesias, la pregunta estará mal formulada, lo correcto es inquirir sobre cuántos empleo destruye, así sí.

Pese a todo, y en torno a una magnífica gallineta frita en Jacinto, nos mueve a la piedad Alberto Garzón, coaligado en Podemos y acompañante silente de Iglesias allá donde éste va. Resulta patética su figura como un tótem indio junto al Gran Jefe Caballo Loco (Tasunka-Witko), al que otros también llaman Cabellera Larga. Todo lo soporta el estoico Garzón porque sabe que fuera de esta casa solo queda la insignificancia política, aunque su tribu ya ha sufrido cuantiosas pérdidas en las últimas batallas y hasta un cabecilla, Errejón, se ha independizado llevándose algunos hombres, caballos y rifles.

Pasa como con el animalismo, y lo hablo con Carmen Manzano, presidenta de la Sociedad Protectora de Animales, con un zumo de naranja en la Alameda de Colón. Conozco a Carmen desde hace cuatrocientos años, en CSIF, sindicato en el que fue alto cargo, y tengo una excelente opinión de su persona, lo que no quita que una manada de perros asilvestrados atacara hace unas noches a un hombre en un polígono y que esté vivo de milagro. Pero ella me pregunta que qué hacía ese hombre a esas horas en aquel polígono, y callo. Podemos y debemos querer a los perros, incluso a los tiburones, y no por eso dejar de reconocer que algunos son agresivos. Este, el del animalismo, es un debate que no ha hecho más que empezar con los cazadores y los toreros de figuras en primer plano. Ya veremos cómo deriva, hasta entonces presto atención al grifo, un animal mitológico mitad águila, mitad león, símbolo de la inteligencia, la fuerza y el valor, el encargado de custodiar los tesoros más preciados; ahora bien, cuáles sean éstos ya es otro cantar. José Agustín Goytisolo escribía:

Dónde tú no estuvieras,como en este recinto, cercada por la vida,en cualquier paradero, conocido o distante,leería tu nombre.