Los lunes son una especie de megametáfora de la génesis. Las cosas serias, en el sentido de intenciones, propósitos, quehaceres, faenas, diligencias, afanes... inician su recorrido el lunes, que es la hipóstasis del inicio de todo. Hasta el Gran Hacedor, cuentan, inició su proyecto terráqueo un lunes, y el domingo descansó, como debe ser. Por eso, quizá, cada lunes es un día cardinal.

Uy, a propósito de 'cardinal', hago un inciso: de amoratado negruzco, color cardenal, le está pintando el futuro su jefe, don Albert, a don Juan Marín, el vicepresidente del Gobierno autonómico andaluz autollamado a la regeneración de Andalucía, incluida la turística. Aunque, claro, bien visto el asunto, también podría acontecer lo contrario de lo que acabo de expresar y que fuera don Juan Marín el que terminara amoratándole tirando a negro el próximo futuro a don Albert. De hecho, ya vuela sutilmente por ahí lo que pudiera ser un indicio:

Como acaeciera a doña Susana, la expresidenta andaluza de Andalucía, con su perpetuo líder, el expresidente González, a don Juan Marín ya le está cambiando el ritmo, la cadencia y la forma de su discurso. Tan así es que ya declina la flexión, el acento y la musiquilla en sus intervenciones públicas con marcado remedo a su otro jefe, el de gobierno que él vicepreside. La ascendencia del verbo mitinero, nada brillante, por cierto, del presidente Moreno Bonilla ya ha hecho mella en las entonaciones, la armonía y las cesuras pseudopoéticas del chachareo público del señor Marín. Pero, en fin, eso es harina de otro costal. No nos alejemos de la cardinalidad del lunes que es a lo que íbamos€

En el planeta Tierra todos los exámenes de conciencia que se precien, todo el dolor de los pecados que lo sean, todos los actos de contrición verdaderos y todos los voluntariosos propósitos de enmienda toman carta de naturaleza en lunes. Para los terrícolas, acometer la pérdida de peso y de colesterol a base de sudar en el gimnasio o abandonar la blasfemia, la infidelidad, la adicción al sexo, la nicotina, el alcohol, la sal, las grasas, el azúcar... exigen que el lunes exista, sí o sí. Si la semana empezara en martes, buena parte de las intenciones y los propósitos del sapiens nacerían muertos u ocurrirían, como apuntaban los clásicos, ad calendas graecas. O sea, nunca. Valga un tierno botón de muestra:

El pasado viernes pretendía no almorzar solo, pero fue lo que ocurrió, creo que, simplemente, porque no era lunes. Solo por eso. Es un verdadero y calamitoso desperdicio que los viernes no sean lunes.

Ya en el restaurante, la mesa contigua a la mía estaba ocupada por una señora y un caballero que me abdujeron desde el minuto uno, cada cual a su manera. Ella, hija de la precisión y madre de la razón y de la seguridad hecha carne. Él, metodológicamente inseguro, supongo que porque alcanzar la verdad es como morir un poco, era pura fibra de postergación bohemia, pero abierto a musicar la reformulación del teorema de Pitágoras de Samos, en versos libres, si fuera necesario. Ella, pertrechada tras su propia sombra, proponía un mundo útil, a su favor. Él, achicharrado por el astro rey después de toda una vida enfrentándose a su propia sombra, deambulaba mundo arriba, mundo abajo, cargado de pensamientos viejos bordados con hilos de sabiduría heredada que hablaban de evitar la línea recta, porque el camino más seguro nunca es el más corto, ni el más obvio. Sus gestos, tensos. Sus miradas, tristes. Sus intenciones desvaídas, desdibujadas, vagas, imprecisas, despeadas por el largo tránsito por el fragoso camino.

Sin hablarlo abiertamente, se estaban despidiendo para siempre y yo, sobrecogido, tenía la impresión de estar despidiéndome con ellos. En ese trance estaba cuando apareció el maître. Primero se dirigió a ellos y después a mí:

-Señores, para iniciar el remonte para la cena, deben abandonar la mesa -o sea, distinguidos clientes, aligerando que es gerundio.

Después de haber abonado la cuenta, ya de pie, se miraron, creo que sin rencor, y ella mirando al suelo, bisbiseó:

-Si eso, ya el lunes, ¿vale?

-¡Vale! -respondió él.

-Así, calcado, cada tres meses desde hace trece años -musitó el maître, emocionado, mientras me entregaba el cambio.

Aquella mesa contigua del viernes fue infinitamente más nutricia que todas las viandas venidas de la cocina.

¡Jopé, dónde va a parar...!