Las grandes revoluciones científicas del siglo XX siempre han empezado por el estudio y la comprensión de lo ínfimo. Comenta acertadamente Siddhartha Mukherjee en su libro “The Gene” (“El gen”) que las tres grandes revoluciones de nuestro siglo han sido los átomos, los bits y los genes. Ya conocen la historia de los átomos, la aventura de explorar lo infinitamente pequeño y cómo esto dio lugar a la Mecánica Cuántica, que intenta describir la naturaleza a escalas pequeñas. Todo ello surge en los albores del siglo XX cuando Max Planck intenta explicar la radiación del cuerpo negro. Esto también sirvió para justificar que el electromagnetismo era una teoría no mecánica, inaugurando nuevos horizontes desconocidos para la física clásica. El desarrollo de la física cuántica se debe al esfuerzo conjunto de diferentes científicos de la época como Schrödinger, Heisenberg, Einstein, Dirac, Bohr, Von Neumann, todos ellos provenientes de Europa Central, donde el judaísmo y el protestantismo se había asentado. Dos reflexiones interesantes: la primera concierne las cotas a las que se puede llegar cuando se colabora y la importancia de estar científicamente conectados. La segunda, cómo la religión y la sociedad pueden facilitar (o impedir) el desarrollo científico y tecnológico. Esto llevado a nivel local significa que cuando uno solo mira las baldosas termina encontrando mierdas de perro. Desagraciadamente, las escobas de oro no implican que seamos más civilizados. Hay que ir más allá y contabilizar cuántos negocios echan el pestillo en calles que no hace mucho tiempo pretendían emular al barrio de Salamanca. O los ricos no son ya tan ricos, o algo está aconteciendo, un cambio radical que terminará con todo aquello que no genere beneficio social... Introducir la incertidumbre en el razonamiento científico fue una necesidad, dado que estos científicos se dieron cuenta de que era imposible describir la posición de las partículas elementales de modo determinista y era necesario hacerlo en términos de probabilidad. Habrán oído hablar del principio de Incertidumbre de Heisenberg, y el concepto de orbital, que es la región del núcleo donde puede estar el electrón. Sí, aunque parezca increíble, según esta teoría no se puede saber con certidumbre donde está el famoso electrón, e incluso podría estar en varios sitios a la vez, perdido en un valle de energía. El tema es si el electrón no sabe dónde está o no lo sabemos los científicos, que muchas veces se creen Dios y otorgan a las ecuaciones la fuerza que no poseen. Otros buscan a Dios ante la incredulidad de sus descubrimientos. El mismo Heisenberg anunció: “creo que Dios existe y que de Él viene todo. El orden y la armonía de las partículas atómicas tienen que haber sido impuestos por alguien”. Ya ven que nadie es perfecto y todos somos esclavos de las creencias de nuestro tiempo. Recientemente se han encontrado otras partículas, como el bosón de Higgs, que han contribuido a explicar el origen de la masa de las partículas subatómicas. Lo interesante de estos hallazgos es que primero se predicen y luego se observan. Existen científicos que critican que los físicos teóricos han perdido el norte, y que se encuentran sumidos en la búsqueda de resultados cuyo único mérito es la belleza. ¿En qué han cambiado nuestras vidas desde que se descubrieron dichas partículas? ¡Seguro que es posible establecer algún tipo de relación estadística con del PIB o la prima de riesgo! La segunda gran revolución es el bit, los ordenadores, los autómatas, los robots, la inteligencia artificial, internet, el 5G, la conectividad, etc. Sé que he resumido varios siglos en dos líneas. Lo he hecho a propósito, pues así podemos ver lo que vino y lo que está por venir. Un solo apunte: en 1992 cuando trabajaba en Francia vi por primera vez en Trondheim a tres técnicos divirtiéndose con uno de los primeros teléfonos móviles, que parecía más bien un objeto de defensa personal. Han pasado escasamente 30 años. ¿Creen ustedes que nuestra primera prioridad son las baldosas? Seguro que no, pues en otros 30 años volaremos. La última revolución es la bioquímica: la genómica. El ADN de cada célula contiene 23 pares de cromosomas, más de 20.500 genes, aproximadamente 3.200 millones de pares de bases nitrogenadas. Sólo una parte de esta información se transcribe al ARN, y una parte de éste (el mensajero) codifica las proteínas que organizan las funciones vitales de nuestro organismo. Cualquier patógeno puede inducir cambios en la cadena del ADN (mutaciones) que se transmiten aguas abajo desestabilizando las proteínas y generando enfermedades. Estos cambios y otros generados por alteraciones químicas (epigenómicas) que dependen del estilo de vida, de la alimentación, de la contaminación, del estrés, etc., pueden provocar que unos genes se silencien y otros se amplifiquen. El resultado es el desarrollo de enfermedades, y todavía estamos en pañales. ¿Siguen creyendo que combatir la contaminación es de izquierdas? El pepito grillo madrileño es un analfaburro funcional si se carga el plan de predicción de la contaminación atmosférica de Madrid Central. Se abren nuevas expectativas, pues las personas con patologías pulmonares o cánceres y enfermedades neurodegenerativas relacionados con la contaminación podrían llevarlo ante la justicia y pedir indemnizaciones millonarias. El número de variables genéticas implicadas y el escaso número de datos hace que el problema de la cura de enfermedades raras, autoinmunes, neurodegenerativas, e incluso el cáncer, sea un problema multidisciplinar y que los médicos necesiten la ayuda de la matemática aplicada y de las ciencias de la computación. No hay marcha atrás. Hoy tuve un sueño, Finisterrae, ayudar a curar enfermedades con la ayuda de la Inteligencia Artificial. Como bien afirma el Broad Institute: “Esta generación tiene la oportunidad histórica y la responsabilidad de transformar la medicina utilizando enfoques sistemáticos para acelerar drásticamente el tratamiento de enfermedades”. ¡Cambiemos las baldosas de la ciencia! ¡Liberemos el sistema de los frenos que impiden la mejora! No hacerlo, es la verdadera corrupción.

*Juan Luis Fernández es catedrático de Matemáticas