Después de 50 años de heredero, parece que Carlos de Gales está suficientemente preparado para ocupar el trono del Reino Unido, la que no parece preparada para dejarlo es su madre, Isabel II de Inglaterra. En el espacio de tiempo que sigue durando su reinado, Juan Carlos I de España se ha jubilado a favor de su sucesor y hasta se ha jubilado un Papa, Benedicto XVI, pero ella no quiere ni oír hablar de tal posibilidad. Antes se jubila el heredero -que, a sus setenta años, está en la edad- que la soberana, quien no se halla sin la corona.

Que las mujeres iban a dominar Inglaterra no se lo podía sospechar el Barbazul, Enrique VIII, que se casó seis veces en busca del varón heredero sin auspiciarse que sería una de sus hijas, Isabel I, la que lograría acabar hasta con La Armada Invencible.

Las Isabeles han dado mucho juego en los tronos, también en España. La Católica obró la Reconquista y se hizo dueña de las Américas e Isabel II la Borbona revolucionó el país, tanto a su favor como en su contra. Si le fallaron algunas estrategias no fue, desde luego, por falta de carácter.

Pero, a la larga, ha sido el Reino Unido, quien más se ha visto dominado por la voluntad de las mujeres recias, fuertes e incombustibles. Después de Isabel I, tan indómita de no querer casarse por no estar mínimamente sometida, la propia Reina Victoria, que se perpetuó 64 años en el trono, admitió contraer matrimonio con su primo Alberto de Sajonia, porque era muy agraciado físicamente, si bien su personalidad le resultaba bastante simple -una ventaja, después de todo, para quien desea gobernar- y contemplada dicha perspectiva fue ella misma quien le escribió para proponerle la boda.

Al morir Alberto, que fue un buen asesor, la reina repitió fórmula, decantándose por la compañía de consejeros que a su capacidad para adaptarse al segundo plano -una habilidad difícil, después de todo- sumasen belleza y juventud como fue el caso de su guardabosques John Brown y Abdul Karim, el joven sirviente indio que la acompañó hasta el último día de su existencia.

Al fin y al cabo, S.M. Victoria no hacía sino emular el modo de obrar de su predecesora Isabel I en el plano afectivo y ejecutivo con un igual efecto de prosperidad económica y prestigio de primera potencia para su patria, que en el auge de su expansión colonial, asumió el imperio de la India.

A este respecto y por sacarse de una vez la antigua espina que por la derrota de La Armada Invencible tenía España con la pérfida Albión, tramó un plan un grupo de intelectuales españoles con la idea de casar al Maharajá de Karpurthala con la bailarina malagueña Anita Delgado a objeto de que ésta diese al trono un heredero dispuesto a vengar el honor de la patria de su madre y reclamar por la de su padre la independencia de la India.

La cuestión era añadir a esas gracias físicas de las que ya se había prendado el soberano indio una elocuencia lírica propia de Safo, de lo que se ocupó Valle-Inclán, que sustituyó la carta de la muchacha, plagada de simplezas y faltas de ortografía, por un libelo amoroso propio de la pluma del mismísimo Petrarca, por el que Cupido asaeteó la flecha de gracia en el corazón del exótico rey. Hubo boda, por tanto, y hubo heredero, Kumer Ajit Singh, pero éste como su propio padre se puso al servicio del ejército británico, donde obtuvo el grado de teniente coronel.

Mucho tendría que llover para que llegase la independencia a la India y sólo fue cuando un indio (Mahatma Gandhi) comprendió que aquella lucha se ganaría más por las buenas que por las malas.

Isabel II es la encarnación de esa Inglaterra blindada que resiste contra todo y contra todos. También contra el tiempo, si se considera que la duración de su reinado (67 años, 4 meses y 25 días) ha sido aún superior al de su tatarabuela Victoria. Pues la longevidad y la fuerza reside básicamente en la alimentación, habrá que admitir que la cocina británica -la más deplorable del mundo, según mi opinión- tiene propiedades muy benefactoras. Por tanto, habrá que entrenar el paladar para el eneldo, el cordero en salsa de menta, el roast beef y el sandwich de pepino embadurnado en agria Gloucester, que más que mantienen, eternizan.

Peor, mucho peor les ha ido a aquellos punkis que cardaron su cresta contra la corona británica con su dieta de drogas y alcohol. Los Sex Pistols, compositores del irreverente God save the Queen, duraron como banda estable sólo tres años y un año después de disolverse (1979) Sid Vicious murió por una sobredosis de heroína. En tanto los The Clash duraron sólo diez años más y hace ya diecisiete que falleció Joe Strummer de un infarto a los cincuenta.

En cuanto a sus seguidores ¿qué decir? Sus crestas caídas por los combates del tiempo han descubierto sus cabezas lirondas, han echado barriga y mientras se hacían abuelos, han visto llegar a la reina a la edad de 93 años, aún impávida sobre el trono.

Incombustible la monarca ve languidecer a los viejos jóvenes rebeldes como a su heredero, que olvidado de su uniforme de gala, ya apolillado en el fondo del armario, saca sus zapatillas de cuadros escoceses, compañeras inevitables del jubilado.

Sólo puede haber una mujer más resistente que su madre, su propia esposa Camilla Parker Bowles,que por algo lleva en sus venas la sangre de la reina Victoria. Al fin y al cabo, todo queda en casa.