No sé qué hacer con el día, así que me pongo a leer. Lo primero que leo es una entrevista con Laura Ferrero en la que dice que escribe porque no sabe qué hacer con su vida. Vaya. Me tienta ponerme a escribir. Yo no sé qué hacer con mi día y ella no sabe qué hacer con su vida. Me falta alguien que no sepa qué hacer con su semana. O con el mes.

No sé si estas reflexiones me van a llevar a algún sitio aunque la verdad es que cuando quiero ir a algún sitio cojo el autobús. El hecho es que si reflexionas por escrito vas sumando líneas y tienes el inicio o hilo de una columna. Incluso una entrada de diario o dietario, género de moda por cierto en el que ahora triunfa Karl Ove Knausgård, un noruego que acaba de publicar el sexto volumen de sus memorias. 6.000 páginas en total. Literalmente, nos cuenta su vida. La paradoja para mí es que en 6.000 páginas no me haya explicado si Ove es nombre o apellido.

Para paradojas, sigo leyendo cosas, la de Madrid. Un pleno sin investidura sin nadie a quien investir. Joder qué tropa. Podrían investir a Karl Ove, los tendría entretenidos. Se sube al estrado y allí, en un atril y cerrar de ojos, te cuenta su vida a modo de programa de gobierno, mi tío tal y mi hermana cual y mis hijos esto y lo otro y aquel viaje que hice. Considera Laura Ferrero que escribir es vivir dos veces. Creo que habría que añadir una tercera vida: soñar con escribir. González Ruano hablaba del placer de «estar escrito». Se sentaba en el Gijón, pedía «recado de escribir», cafés con leche y cigarrillos y hala, se cascaba cinco folios, tres artículos, y antes de la hora de comer, «ya estoy escrito».

La primera novela de Ferrero se llamaba. Qué vas a hacer con el resto de tu vida (Alfaguara). Y eso me pregunto yo, qué voy a hacer con el resto del día. Lo que queda del día. Sí, qué magnífica película, que paisajes, qué sentimientos contenidos, qué grandes Hopkins y Emma Thompson. Sí, sí, estaba basada en una novela de Kazuo Ishiguro. De eso estoy seguro. No tanto de cómo va a ser el devenir del día, que se empieza a consumir, huérfano al fin del terral; entra por la ventana un sensual olor a no sé qué, pero como estoy escribiendo puedo inventarlo. Decir por ejemplo que es a efluvios de apasionados y sudorosos amantes jóvenes que viven debajo. O a ajo, a sardinas asadas o a buen puchero. Tal vez a fragancia juvenil femenina, fresca y como con sabor a lirios. No sé.

Día, semana, meses o el verano: las expectativas son grandes, los planes anchos, la compañía magnífica y el entusiasmo (casi) intacto. Salgo a caminar.