Aunque estén presentes en Europa -neofascismo italiano, lepenismo francés, nenoazismo alemán, etc-, la reaparición de una fuerza de derecha extrema en España, por tardía, no deja de ser sorprendente. Un neofranquismo en democracia, legalizado por la aparición de un electorado afín, que tiene un perfil inédito y nuevo difícil de encuadrar.

Las memorias del franquismo y de la Transición juegan aquí su papel político y didáctico. La generación de la Transición -los nacidos en torno a los años 40 y cincuenta del siglo XX-, tienen una visión muy clara respecto a las derivas izquierdista y extremista de derecha: fueron elementos del espacio político que no ayudaron al proceso de la construcción de la democracia española, y que la pusieron en riesgo en su larga historia anterior. La Transición fue posible básicamente por el sentido de estado, y las renuncias, y el pacto, de la izquierda y la derecha que venían de la clandestinidad y el franquismo. Decir que fue, además, un gran éxito histórico, se ha puesto en cuestión desde los años 90 en que el revisionismo de la misma tomó carta de naturaleza en el debate histórico y político. La crisis de 2008 alimentaría después políticamente esa revisión crítica del pasado.

La división política actual es hija de ese proceso. Y de un tiempo nuevo. Los partidos han perdido mucho del control sobre sus electores, porque desde la crisis se ha hecho una labor sistemática para su desprestigio. Eso ha alimentado el surgimiento de sus alternativas respectivas y, finalmente, la de una opción derechista que ya cuestiona explícitamente derechos fundamentales de la democracia lograda en1978, y que duda en público del carácter dictatorial del franquismo.

La historia de España puede ayudar en el proceso de rearme de la democracia, pero no sólo depende de ella lograrlo. La lección de la historia, en este caso, consiste en que la democracia, incluso en sus momentos más difíciles, es el mejor de los sistemas para que las sociedades salgan de ellos de forma solidaria y fortalecidas. Para las opciones de izquierda extrema, la historia española enseña que sus impaciencias -en la oposición o en el gobierno- han facilitado el ascenso de la derecha extrema y, en España, de la Dictadura. En el caso de la derecha, la lección de la historia consiste en que su tentación totalitaria ha derivado en catástrofe, y, en el caso concreto de España, en su alejamiento del poder en beneficio del militarismo. El ejemplo es el líder de la CEDA, Gil Robles: sus dudas con la República le llevaron al exilio y a la oposición ilegalizada.

Cómo rearmar la democracia en esta época de crisis es el tema prioritario, además de los «cordones sanitarios», que son medidas a la defensiva, y síntomas de debilidad si no se acompañan de otras. Hay que recuperar la ilusión por la democracia, en España y ahora también en Europa, porque ésta ya no es el colchón de seguridad de la democracia española: ahora nosotros somos también sus protagonistas.

Para ese rearme hace falta compromiso y valentía. En estos momentos concretos, compete a las izquierdas demostrarlos, pese a las dificultades del sistema electoral y el laberinto dejado por los electores sobre el tablero político. «Arregladlo si queréis demostrar que la democracia merece la pena», parecen haber dicho aquellos como un reto.

Cuando el miedo -el caldo de cultivo del autoritarismo- llama a la puerta, la extrema derecha sólo tiene que sentarse a esperar que el sistema vuelva a fracasar. Y el fracaso sólo aumentará el miedo que les conviene, la parálisis de la ciudadanía, como en otros tiempos.

Es el tiempo de la izquierda, y de su proyecto de una España valiente ante la crisis europea y, en realidad, mundial, de la democracia. Porque no hay otro escenario posible más que una realidad dura y difícil. Tan difícil, no nos engañemos, que el éxito no está garantizado y será sólo el fruto de un gran esfuerzo.

Hay una nueva generación con capacidad de asumir esta tarea, y de dar el apoyo político necesario si se contara con un liderazgo -ya compartido necesariamente en una realidad plural-, dispuesto a llevar a cabo un proyecto de regeneración de la democracia y de los partidos, y de reformas para una España que en los últimos años ha venido maltratando a sus generaciones más jóvenes y a los sectores desfavorecidos, que han vivido en precario o han tenido que marcharse del país.

Y para eso es necesario que cambien los discursos, que no crezca la idea de que es imposible un consenso de la izquierda española, y un compromiso político para gobernar el país. Por el contrario, ese acuerdo sólo es posible si nace como una esperanza, como un acto de responsabilidad histórica, en la que concurran todas las fuerzas políticas confiadas en la ilusión del cambio. La asunción por esta generación de jóvenes de su tarea histórica: contribuir al progreso de la democracia, mejorando la vida de sus ciudadanos, como hizo la generación de sus padres y madres.

Fernando Arcas Cubero es profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga