La pregunta que nos hacíamos en este mediodía tranquilo, y muy caluroso, del Club de Añoreta era si hay responsables por el traslado de Hacienda de la Avenida de Andalucía. La comida excelente, pero ¿qué ha pasado?, ¿las estructuras fallaban o las previsiones?, ¿cuál es el coste de la mudanza?, ¿está en el portal de transparencia?, ¿tenemos derecho a saber?, sencillamente las cosas pasan, parece que nos dicen en un susurro casi ininteligible, y no preguntes más. De hecho, vaya usted a saber por qué fue asesinado mi amigo Julio Nieto en la Avenida de Caballerizas. Uno de sus hijos, con problemas mentales más allá de los de todos, fue puesto a disposición judicial. Qué forma de morir un hombre bueno. Le recuerdo, auxiliado por Curro Jiménez, desde antes de la inauguración del ISDEC, allá arriba del Cerrado de Calderón. Trajimos a Ignacio López de Arriortúa, que dio una conferencia en las pistas deportivas, después los cursos de mejora continua, calidad... Por cierto, que la siguiente vez que vino el directivo vasco, tras sufrir un gravísimo accidente de automóvil, había perdido un tanto el control emocional y no se privaba de comentarios que, en otras circunstancias, seguro que no habría hecho. Pero hay quienes han perdido todo control y no han sufrido ningún accidente, todavía.

En el Club, con una entrada de foie y carpaccio de melocotón, estábamos muy bien, sobre todo porque no había nadie, todo el mundo estaba en la playa y así dejaban los mejores lugares para los amantes del silencio y la conversación reposada. En la sobremesa -probablemente era inevitable- le sacamos punta a ese «no, bonita» de Carmen, lo que es de un machismo exquisito al venir de una vicepresidenta, para la colección de perlas, me dije. Eso de apropiarse del feminismo demuestra su cleptomanía política. Decía que «nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista», cuando eran numerosos los socialistas en la II República que no querían que las mujeres votasen porque lo hacían por la derecha. Dos de las tres diputadas que había en el Congreso en 1931, ambas socialistas, estaban en contra del sufragio femenino, casos de Margarita Nelken y Victoria Kent, aunque aquí le pusimos su nombre a una estación de tren, somos así de raros. Como escribió en su día Wenceslao Fernández Florez, «para orgullo de la superioridad masculina, estamos seguros de que ellas nunca podrán superar nuestros absurdos». Pero Carmen, la pobre, nada sabe de su propia historia. Después volví a encontrármela en el sesudo debate de investidura. Al lado del doctor Sánchez parecía su madre dándole consejos para que sorteara los peligros de la tribu. Por cierto, que el miércoles pasado, en el Parlamento de Cataluña, Alejandro Fernández, el presidente de lo que queda del PP allí, le cantaba a Torra a lo Manolo Escobar. Desvarío político y la calor que reblandece los sesos. Pero mientras tengamos a Trump y Vox, todos tranquilos, hay piezas en el coto, y ahora Boris Jhonson, así que sin problemas los cazadores.

Bueno, y todos recordamos a Andrea Camilleri, que ha tenido la mala ocurrencia de morirse y llevarse con él a Montalbano, y no tiene disculpas que se vaya con 93 años. Todavía tengo en la mesilla de noche su libro Mujeres, treinta y nueve relatos sobre las que pasaron por su vida. Y también nos ha dejado otro de los grandes, Santiago Bastos, general, que fue el perseguidor de golpistas desde el Cesid, alguien al que todos debemos mucho, especialmente el Día de las FAS en La Coruña, y algunos mucho más. Por cierto, si quieren sugerencias del género para este ferragosto, Nuria Amat es la autora del libro Amor y guerra, biografía del asesino de Trotski, Ramón Mercader. Enrique Bocanegra, ha escrito Un espía en la trinchera, nada menos que sobre Kim Philby, elmás grande traidor. Y de Jon Juaristi recomiendo La caza salvaje, obra en la que Martín Abadía, un cura vasco, nacionalista, por supuesto, disoluto y sin escrúpulos atraviesa el siglo XX tras un sueño totalitario, como hoy tantos, vamos. Y ya que hablo de espías, Kafka decía que la guerra fría, de la que nos vienen los agentes de gabardina con el cuello subido, fue «la época más nerviosa de la historia». Hoy no lo es menos. Dámaso Alonso escribía:

El viento es un can sin dueño,que lame la noche inmensa.La noche no tiene sueño.Y el hombre, entre sueños, piensa.