Una Casa Amarilla que corta una calle en tres. A un lado de la dirección y en su rumbo contrario inventando un centro espontáneo como escenario. Y hacia el cielo estrecho por cuyo vértigo pegado a la fachada suceden astronautas amarillos de papel chino en caída suave, lenguas de seda blanca de la que nacen máscaras en danza para liberarse o llueven palabras a las que les han cortado su posición de sujeto o de verbo en el sentido de unas frases escritas a mano. Tres contextos en los que diferentes manifestaciones artísticas -en ocasiones secuencias de la misma- se apropian del espacio urbano y del público que acude o que se topa de repente con la aventura escénica. Cada vez que sus gestores, Sara Sarabia y David Burbano -artistas ambos- programan un evento, un paisaje habitado, una ventana, o su Festival de Verano ¡Mójate! Esto es la guerra, la calle Santos se cierra al transeúnte, se abre al arte, se vive algo inesperado, sorprendente, divertido, plástico. Con curiosidad sensitiva, desconexión de prisas, predisposición a conocer gente inquieta con discursos artísticos que sueñan con ser nuevos o distintos, y un módico precio cualquiera puede disfrutar de una cerveza fría con espuma y de la creatividad joven, irreverente, rebelde, inocente en su escasa relectura de la historia, transgresora en sus expresiones estéticas, provocadoras o limpias y seguras en lo que cuentan, pero siempre a favor de hacer visible un relato individual en un ámbito compartido. El artista y el público, quién crea y los que interpretan. El que propone una idea para que otros piensen, y si les gustan compren porque no duele demasiado el bolsillo.

Desde 2008 cuando la pensaron Sarabia y Burbano y seis años después trasladaron su residencia a calle Santos, La Casa Amarilla no ha dejado de vincular artistas consolidados con otros emergentes. A estos les regala visibilidad (tan necesaria para su evolución) y a los primeros la posibilidad de un espacio en el que exhibir experimentaciones o piezas pensadas para el lugar. Unos y otros se sienten invitados libres, cómodos inquilinos sin ganas de irse o que van y vienen. Da igual que se trate de un músico sobre una piscina de bolas infantiles, de una guitarrista que improvisa música desde su cama nómada, de la multiplicación del marinero Eryk Pall a lo largo de La Expedición de un barco que se va descomponiendo dentro de la precisión de su dibujo, de audiovisuales, instalaciones, pinturas inéditas de Bigas Luna, acciones o trabajos de Ana Sánchez, Saul Wes, Susi Márquez, Ingebor Blom. O de la última performance de Cristina Savage -artista de la casa- o de su colaboración en Resurrección de Ismael Kachitihi del Moral acerca de lo sagrado y lo sexual, de lo humano y de lo animal, la celebración y el duelo el ciervo chamánico suspendido en canal en su viaje mágico, el ciervo de Dios crucificado desvelando los colores metafísicos de su agonía. No te deja inmune el trabajo de Kachitihi con ecos de William Blake, aproximándose a la sinestesia, a las certezas provisionales, a la propia naturaleza de la huella. Cultura y crítica, dos fuerzas dinámicas que dotan de nuevas intensidades e interrogantes nuestra mirada y nuestras ideas.

El arte haciendo espectadores peatonales también puede compartirse en la calle San Lorenzo donde los viernes inaugura el Estudio de Ignacio del Río sencillas e impactantes muestras individuales. Lo mismo que colectivas como la que cierra temporada con originales miniaturas eróticas en naturalezas oníricas o cotidianas de Juanjo Fuentes y su traviesas propuestas de divertidos extrañamientos con elementos pop y contenedores subvertidos de exquisita estética, y con el humor y la crítica siempre presente. Es difícil olvidar sus pequeñas figuras sobre una colina de monedas leyendo la prensa económica, o la reproducción de un campo de batalla donde dos de los soldados firman la paz por su lado. En la misma muestra, que ha sucedido a las mitologías siempre sensuales de Profundo Mar de José Seguiri, se exhiben la vitalidad del color y su gestualidad figurativa de las pinturas de Miguel Ángel Blanco, llenas de frescura y simbología, las piezas delicadas y sugerentes de Lola Araque y la fuerza de los paisajes en tinta china de Concha Galea, siempre introspectiva y convincente con un toque entre lo psíquico y lo telúrico en el clima de sus territorios hermosos e inquietantes. No es raro encontrarse en ambos lugares con los mismos artistas que transitan por las islas plásticas de la ciudad y al contrario que los narradores y poetas conforman una Hermandad del adversario más unida y colaborativa.

Además de calles cortadas al arte, tiene Málaga una provincia en la que la pintura toma Fuertes y le confiere sensibilidad a fincas municipales. En el Rincón de la Victoria, su defensa costera de Bezmilina 1766 acaba de clausurar al terral un jardín de árboles entre la quietud de un instante de lírica floración y la amenaza de la quiebra. Óleos y carbones que Juan Carlos Busutil ordena con las letras del alfabeto griego y los sujeta a una sinfonía vegetal que percibe el espectador a través de su leve movilidad en metamorfosis que expresa la sutileza frágil e intimista del dibujo, unas veces matérico, otras evanescente. Árboles que se adentran en la atmósfera del fondo que los atrae, igual que si quisiesen disolverse en la lejanía interior o que al contrario se aproximan al exterior del cuadro como si su intención fuese transformarse en mariposas a punto de volar, y liberarse así de las líneas geométricas que los apresan, los hieren o descifran su nacimiento del trazo de una línea que fluctúa en el espacio, lo llena y lo conquista. Exquisitez y sensibilidad entre la figuración y la inmovilidad zen. Musicalidad, mucha, además de lírica impresionista, tienen también Las Promenades con las que Fernando de la Rosa convierte, en la sala de El Portón de Alhaurín de la Torre, el color en un hecho creativo en sí mismo. En una pulsión de intervalos rítmicos que son a la vez poemas gestuales que cantan la imantación de la naturaleza, sus composiciones de tierra y de aguas definidas por surcos, líneas sismográficas, cartografías de hipnóticos campos de color, cercanos en ocasiones a los de Bram Bogart y otras a los de Juan Usle pero más equilibrados en la tensión armónica de sus pliegues, de la geometría primitiva de sus epidermis cromáticas donde emerge siempre la fuerza de la luz. Tienen algo igualmente sus geografías imaginarias de suprematismo, de pentagramas en los que al cerrarlos ojos escuchamos a Satie, a Ravel, a Debussy. En cada uno de sus cuadros nos invita a pasear como flaneurs sin que importe lo que nos limita o lo que nos expande, si andamos cruzando horizontes o fronteras. Igual que cuando dos grandes cipreses con el bastidor inclinado sobre la pared incitando al público a adentrarse en el envés del cuadro para descubrir la transparencia de la huella del color, la otra pintura que se nos revela. No puede uno marcharse de El Portón sin apreciar en la sala conjunta sala las Constelaciones en acero y madera de Oliver Perry. Elegantes en su austeridad y su potencia plástica sus esculturas de perfiles geométricos en torno a los cuerpos y de emociones, lo vacío y lo lleno, lo psíquico y lo gestual, la vida y la obra.

Calles, fuertes, portones y el Palacio de Ferias de Art Marbella la semana que viene con un buen número de artistas entre los que estará Aixa Portero con sus fantásticos e idílicos LibrEs de plumas con el eco de ternura fósil de su libertad en vuelo, sus Poeisis de hojas secas perforadas con perla de aguja en urnas de metacrilato que guardan su fragilidad, y los Glifos Natura, delicados dibujos arbóreos de simbología precolombina en torno a la armonía de los opuestos y la huella de la memoria y la pertenencia. Un rico discurso intelectual y sensitivo que define a esta interesante artista que, al igual que los hilvanados en este viaje expositivo por Málaga, forma parte de un mapa cultural que las instituciones privadas y públicas deberían promover con apoyos por el valor e interés de sus producciones, para que se conozca mejor dentro y fuera su trabajo. La experiencia vital del arte requiere siempre que el dinero sea de verdad una empresa cultural como educación de la sensibilidad y apuesta por el progreso.