Qué maravilla que los Goya se vayan a celebrar en Málaga. Con sólo pensar en cómo serán en enero parece que hace menos calor, y hoy ya es agosto. Como algún avispado con compás sea listo, se saca una rumbita con el estribillo de báilate los Goya, ya, ya, báilatelos ya, y toma que toma, que Málaga es de cine y no es de broma... Viva la Feria y Olé.

Leo atento, como siempre, la última columna de Víctor A. Gómez en La Opinión, «Algo necesario», y le robo el término «engoyarse», que me encanta, para título de estas líneas mías de Goya, Málaga y ¡Acción! Debo decir, siendo sincero, que yo no terminaba de ver la oportunidad de celebrar en Málaga la gala después de haberse celebrado en Sevilla. Sin duda, se trata de la gala más seguida de la televisión en España. Sin entrar en la mayor o menor atención informativa que en Hispanoamérica, Europa e incluso en parte de Estados Unidos se le dedica a «la gran gala del cine español», desde que comenzaron a celebrarse los Goya presentados por Imanol Arias en 1993, una emisión que sólo atrapó al 9,3% de las personas que estaban viendo la televisión en ese momento, los Goya se fueron convirtiendo en el programa más visto. La edición menos seguida de los últimos once años, por ejemplo, la que presentaron Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, obtuvo cerca de un 20%, lo que en nuestros tiempos de multipantalla y cadenas en abierto es claramente un éxito. En 1999, con Rosa María Sardá de maestra de ceremonias, la gala se fue a un 33,5%, cifra que casi sólo consiguen algunos partidos de fútbol. Pero hablamos de Cultura.

Yo no termino de ver a Banderas de presentador, según lanza como hábil golpe de efecto Víctor en su columna. Aunque sí le recojo el guante de imaginarnos en guionistas de la ceremonia y le daría un papel brillante (aunque cuando Antonio sale a un escenario el momento se vuelve brillante siempre). Me gustaría que volviera a presentarla Dani Rovira esta vez en su casa. Aunque me alegra que, como todo parece apuntar, los presentadores en Málaga vuelvan a ser Buenafuente y Silvia Abril, que gustaron ya en Sevilla. Pero van a darse otras carambolas estupendas en los Goya que me encanta llamar ya malagueños. Antonio de la Torre, el «sobrino» actor y pregonero del alcalde de Málaga, a buen seguro volverá a estar nominado (uno de los felices chascarrillos de los últimos años), y estará sentado en la tierra en la que jugaba al fútbol de niño (en el campito de La Cala) y en la que hacía sus primeras imitaciones del «butanito» García a los amigos. Para qué hablar de la presencia de Banderas, que a buen seguro estará nominado por su sólido papel en Dolor y Gloria (el que le reportó sólo la gloria en Cannes), la película de Almodóvar (atención, también estarán por tanto Penélope y Almodóvar en Málaga). O para qué hablar de las gentes del cine patrio que han sido premiados y homenajeados en el Festival de Málaga y que estarán allí, calentando el ambiente con ese conocimiento de causa de la ciudad. O de otras felices coincidencias, sobre las que no me extiendo para no alargar esto, que darán puntito y empaque a la 34º edición de los Goya, la de Málaga.

Escuchando la ilusión con la que anteayer hablaban del asunto unos vecinos en la piscina de la urbanización, mientras yo le insistía a mi niño que no estuviera tanto tiempo en lo hondo, comprendí que lo de los Goya en Málaga ha calado. Y entonces me alegré de que no haya sido una operación electoral, ya que no hay comicios en unos años, al margen de que todos los que ahora histriónicamente funcionan en funciones, en el Congreso, nos inyecten la «investidural» para que podamos ir a las urnas de nuevo casi a final de año sin que nos duela el alma.

Pero yo no quería que fuera al año siguiente de Sevilla, como no entendía la crítica de que se hubiese hecho allí y no aquí, porque aquí llevamos años agasajando al cine español con dinero malaguita en cada Festival. No me gustó que se hablara de Málaga cuando fue en Sevilla. Ni me gustaría que se hablase de Sevilla en enero, cuando sea Málaga. Yo sentí alegría cuando se hizo en Sevilla, porque es una ciudad maravillosa y andaluza, también un poco mía, nuestra. He vivido y trabajado allí. Y, como toda experiencia viajera y vital, la sufrí, la gocé y, sobre todo, la sumé. Porque tiene cosas que Málaga no tiene ni ninguna otra ciudad en el planeta. Como Málaga tiene otras. Además, a Málaga la llevo siempre conmigo, como llevo la mano de mi padre pegada a la mía con arena y cera derretida en la palma y la de mi madre con sudor y sal.

Málaga encontró su Festival, como Sevilla lleva muchos años buscando el suyo o como Huelva, pese a las dificultades, o (ya fuera de Andalucía que tiene muchos más) como lo encontró Valladolid o qué decir de cómo, y cómo de necesario por muchas razones políticas y culturales, lo encontró San Sebastián.

No termino de entender, por tanto, que Sevilla no pudiera ser la primera -qué más da-, ni aunque Málaga decidiera en 1998 -tras la segunda intentona de recuperar la legendaria Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena- invertir y poner sus ilusiones y su calendario anual en el Festival de Cine Español, hoy ya «en español». No creo que en ese sentido el cine español le debiese a Málaga la gala antes que a Sevilla. Las cosas no van por ahí. Como tampoco creo que Málaga apostara por su Festival con el principal objetivo de ayudar a la industria nacional. Cierto que el apoyo al cine español es una consecuencia de la apuesta malagueña, pero conviene no olvidar que cuando un ayuntamiento hace una apuesta, la hace como entidad local, con más o menos acierto -ahí es donde hay que ejercer la crítica-, para conseguir ante todo un beneficio para la ciudad. Y, como parece a todas luces por la cantidad de festivales que hay, un festival de cine debe de resultar beneficioso.

Los artífices del Festival de Málaga, con el llorado Antonio Garrido como concejal de Cultura entre ellos, vieron un nicho de oportunidad en especializarlo en cine español, con poca competencia en los festivales de otras ciudades. Y envidaron a la grande. A día de hoy, mientras no se demuestre lo contrario, y respetando todas las opiniones fundamentadas, el Festival ha puesto a Málaga en un mapa que no estaba. Nos cuesta dinero, sí. Como los Goya nos costarán 1,4 millones -hasta llegar a dos y poco que pondrán la diputación y la Junta y Unicaja-. Transparencia, ante todo. Más o menos lo que le puso Sevilla a la Academia del Cine sobre la mesa para celebrar allí los Goya como valioso argumento. Y hoy todavía brindan por los resultados. Sumemos. Toca engoyarse. ¡Viva el cine! Y como acaba sus artículos Gonzalo León en el periódico: ¡Viva Málaga! Pero también: ¡Viva Andalucía!