De nuevo compartimos horas de portentos y emocionadas alegrías. Inmensos, como siempre, estuvieron los providenciales Remedios Nieto y Juan del Río y su admirable familia. Este año nos reunió a los devotos la nueva noche tejida en la canícula por intuidas y lejanas deidades del «Fatum» de los clásicos. Para los ilustres Gastrónomos Pobres de San Pedro de Alcántara. En generosas tierras de Marbella, con raíces muy profundas en aquel rincón de la Roma Imperial y de la España paleocristiana, donde no por casualidad se encuentra la casa de los del Río. Ya cerca de la desembocadura del Guadalmina en aguas del Mediterráneo.

Tres centenares de invitados -quizás más- nos reunimos una vez más para festejar la solemne incorporación de tres ejemplares maestros a la ya venerable institución sanpedreña. Cada año compruebo que se sigue ajustando a la realidad una afirmación que he dejado escrita en más de una ocasión. Pues creo no exagerar cuando afirmo que hay dos grandes acontecimientos sociales en la Europa que todos amamos.

«Creo que en Europa hay dos encuentros sociales que pueden considerarse únicos e irrepetibles: la fiesta de los libreros en el pueblo de Hay-on-Wye, en Gales. Y la cena de los Gastrónomos Pobres que la familia del Río organiza en el ecuador del verano en Marbella. Bueno, más bien en San Pedro».

Los cito por orden de intervención. Fueron armados caballeros de la muy augusta institución: Antonio Miguel Roa, el gran pintor jiennense, galardonado este año con el premio Argentaria. Es don Antonio una de las grandes glorias de Andalucía. Lo testimonió el maestro una vez más allí mismo, con un bellísimo retrato de nuestra anfitriona. También fue cálida y merecidamente aplaudido Enrique Acosta Rodríquez, un gran empresario andaluz. Como proclamó Remedios Nieto, «un luchador» nato, como lo fue San Ignacio de Loyola, cuya onomástica celebramos también en esa noche que cerraba el mes de julio.

Y finalmente mi maestro y amigo de toda la vida: Teodoro León Gross. Trasladó esa noche a aquel pinar junto al mar su cátedra de la Universidad de Málaga y sus enseñanzas magistrales en las páginas de El País y en las ondas de la SER. Nunca olvidaré esa lección maravillosa que nos regaló, tan oxfordiana, sobre Henry James y las dos palabras que para el autor del «Retrato de una dama» eran las más bellas del inglés: «Summer afternoon». Tarde de verano. El milagro, siempre sagrado, del lenguaje. Como acabo de decir. Una lección inolvidable. Gracias maestro.

«And last, but not least», la mesa que compartíamos con otros gastrónomos y queridos amigos llevaba el nombre de otro maestro: Félix Bayón. La presidía Sagrario Álvarez, su viuda.

Por el respeto a los citados, recurro a la sabiduría de aquel que escribía siempre en un latín portentoso: el gran Salustio. «Nam divitiarum et formae gloria fluxa atque fragilis est; virtus clara aeternaque habetur».

«Pues la gloria de las riquezas y de la belleza es pasajera y frágil; pero la virtud se mantiene distinguida y eterna».