País, que diría Forges. Todavía resuenan las últimas réplicas del terremoto desencadenado por la Junta de Andalucía y su inoportuna, por las formas, campaña contra los malos tratos. Que la oposición y circundantes se hayan lanzado al cuello aprovechando la primera de cambio era algo de esperar. A mí no me sorprende. Imagino que a ustedes tampoco. ¿Para qué te voy a morder la mano si puedo arrancarte el gaznate? Servidor no es analista político, ni ganas. Pero no hace falta ser Aristóteles para intuir que todas las críticas que, de modo secundario y accesorio, circundan a la referida campaña no hubieran, ni siquiera, tomado cuerpo de no ser por el gran descalabro del que ha traído causa la crítica principal: la elección de unas fotos de catálogo mostrando a mujeres sonrientes como soporte para insuflar esperanza respecto al tema de los malos tratos. Fotografías que lo mismo sirven para anunciar una pasta de dientes que una cura contra las hemorroides. A mi humilde entender, la campaña y su inversión, evidentemente, hay que ser muy pirata o muy político para pensar lo contrario, era bienintencionada. Cae fuera de los linderos del sentido común cualquier opinión que fundamente el hecho de que dicha publicidad y sus promotores pretendían denigrar de tapadillo el bien jurídico y social que, aparentemente, pretendían defender. Cosa distinta es el traspié, el resbalón o la falta sensibilidad, de profesionalidad y de visión que ha llegado a permitir que unas asépticas fotos de archivo, representando a mujeres sonrientes, unos rostros generales, se liguen a un mensaje esperanzador que aterriza en el ejemplo concreto: ella, y no otra, la de la foto, ha sufrido malos tratos, pero la vida siempre es más fuerte. De siempre, la publicidad ha utilizado imágenes de archivo o de catálogo al objeto de hacer llegar a la sociedad un determinado mensaje y ello no ha supuesto problema alguno. El marketing, ya saben, funciona así. ¿Por qué este caso, entonces, es polémico? Porque relaciona un tema tan dramático como son los malos tratos con una aparente salida llena de esperanza y, aquí va el error, pretende ejemplificar ésta con un rostro alegre que, sin embargo, no ha pasado por el infierno del que dice provenir. Ese texto concreto, de ser totalmente necesario mantenerlo, exigía, una imagen verdadera y, por tanto, dicho mensaje, tal cual está, junto a la foto de catálogo, hace aguas. Ella, gracias a Dios, no ha sufrido malos tratos y, por tanto, la vida puede ser más fuerte o no serlo. Si elegimos una imagen de catálogo para transmitir esperanza, el texto que la acompaña no puede concretarse en ella. Se torna, por tanto, inadmisible la conjugación de esos tres elementos: tema de fondo, texto y foto. Si la foto fuera de una víctima real, no habría problema ninguno. Si esa foto de archivo no fuera personalizada por el mensaje del texto, tampoco. Se puede vender esperanza con una foto de archivo, pero nunca identificar esa imagen de manera engañosa con una historia de superación ficticia. Es demencial, vergonzoso y falto de toda sensibilidad. Como también lo es la actitud de la Secretaria de Igualdad del PSOE andaluz al pretender hacer más leña de la que da de sí el árbol caído, rédito político lo llaman, y cuestionar por inapropiada y obsoleta la expresión malos tratos. Una expresión que todo el mundo entiende y tan presente, dicho sea de paso, en el cuerpo legislativo que regula dicha casuística como la que da nombre al mismo y que consideran, semánticamente y legalmente, más oportuna: violencia de género. Una pseudoargumentación vergonzosa que sólo busca acaparar más rédito político del conveniente y que olvida que, puestos a ser puristas con la semántica, la expresión adecuada es la que ya recomendó la RAE: violencia por razón de sexo. Porque el género lo detentan las palabras, no las personas. Al final, lo que ha resultado un error, una falta de profesionalidad, un imperdonable e insensible desacierto de campaña pero, al fin y al cabo, un desacierto, siempre quedará por debajo de quienes, a costa de ello, intencionadamente, pretenden no sólo abanderarse como legítimos y exclusivos protectores y representantes de las víctimas sino, además, sumar votos con las semánticas y los semánticos de sus partidos y sus partidas.