El nacionalismo sin contar con los Pujol es una mierda: una doctrina supremacista repugnante que excluye a los que no son nacionalistas. Pero con los Pujol el asunto adquiere, además, una dimensión estratosférica de riqueza ilícita sujeta al poder como pocas veces se ha visto en esta vida. Esta familia ejemplar, imbuida de espíritu patriótico, abrió en 1990 una cuenta en Andorra y a partir de ahí empezaron a fluir los capitales de origen desconocido, según la investigación policial, que coloca al famoso clan en una espiral de corrupción y sobornos insólitos. Los Pujol, de acuerdo con el informe de la UDEF, son el paradigma del crimen organizado. No existe probablemente un caso en este país que permita comprender de mejor manera las posibilidades que tiene un régimen de corromperse enriqueciendo a quienes lo dirigen. Ahora, tras las últimas revelaciones sobre los negocios del expresident de la Generalitat y sus familiares, se plantea más que nunca la duda de que hasta qué punto los gobiernos centrales que mantuvieron con él las mejores relaciones estaban enterados de lo que cocía. O si el Rey cuando el 23-F le decía al patriarca de los Pujol aquello de «Jordi, tranquilo» permanecía ajeno a esa inquietud por amasar una fortuna cultivada paso a paso desde la propia Generalitat. El independentismo que nació a partir de ese magma de corruptela identitaria catalana seguro que no reacciona ante las revelaciones de corrupción de la familia Pujol, dirá que es una estrategia más de los españoles para socavar el prestigio de un padre de la patria. Según se sabe ahora el clan recurrió al chantaje y a testaferros para alimentar una voracidad que se extiende a la familia política. Si los catalanes, por un impulso exagerado de hiperventilación separatista, quieren ponerse de verdad en manos de este entramado mafioso heredero de Pujol formando una república es que no saben bien dónde tienen la mano derecha y tampoco la cabeza.