Nada más permanentemente próximo al hombre que el suelo. Ni nada más irrepetible. Pretender ocupar dos veces el mismo suelo es verificar la quimera. El suelo, cada nanómetro cuadrado de suelo ocupado, es, consecutivamente, personal e intransferible. Hay suelos altísimos en el Kilimanjaro, y suelos bajísimos en la fosa de las Marianas; suelos ásperos, como los borrones verdes oscuros de las chumberas que escribiera Federico describiendo el Albaizín granadino, y suelos gosipinos, como el pelaje del entrañable Platero de Juan Ramón; suelos helados, como la muerte, y suelos incandescentes, como las entrañas de la Tierra.

En nuestra vida siempre hay un suelo. De hecho, excepto cuando media un espacio acuático, el suelo es el único sitio donde caernos. Aunque, en realidad, no es que nosotros nos caigamos, sino que es el propio suelo el que nos cae, según Newton.

El suelo es el escenario en el que llevamos más de tres millones de años trabajando nuestra bipedestación y, habida cuenta de la relación disfuncional entre nuestra columna vertebral y nuestra edad, bípedos aún no somos del todo. Eso sí, independientemente de ello, el suelo es el sustento que nos permite mantenernos erectos, obviamente, por mucho más tiempo en un sentido que en otro... Sin suelo el sapiens aún sería un pez.

Los suelos también tienen sus protagonismos y sus épocas. El suelo del Cortijo de Torres, por ejemplo, lampa por el sapiens durante todo el año y reniega de él cuando en un alarde de luz, que no de luces siempre, el mejor Paco de la Torre de Málaga, educado como es, grita orgulloso ¡hágase la luz! Y la luz, obediente, se hace. Durante la temporada de feria, el día y la noche se aparean con tanta vehemencia que, ambos, robándole su espacio al sueño, crecen en extensión. Y el suelo los acompaña prestándose al desbeber y al vómito de la mala educación de quienes no duermen, y al coma etílico de los alcohólicos aficionados, y al vocerío de quienes necesitan escucharse para saberse vivos, y a los ronquidos de los vencidos por nocaut técnico que, confundidos por el pasional abrazo entre la noche y el día, se olvidan de sí mismos en cualquier esquina.

El suelo es parte de la cotidianidad metafórica. Así, el sapiens -cada vez menos sapiente y más camastrón, dicho sea de paso-, con la colaboración del suelo constriñe extensos discursos en pacatas alegorías, parábolas, alusiones... que terminan conformando una especie de falso ideario alrededor del suelo. 'Por los suelos', 'sin llegar al suelo', 'suelo santo', 'suelo enemigo', 'besar el suelo' -que, aunque parezca mentira, no es lo que hace el santo padre al llegar a tierra extraña, sino caer o ser caídos y dar con los piños en él-, forman parte de nuestro rutinario ideario metafórico del que extraigo una metáfora que siempre me sorprende por su propia exigüidad. Me refiero a la invitación, generalmente bienintencionada, a 'poner los pies en el suelo'.

Recuerdo que siendo aun más joven de lo insultantemente joven que ahora soy, ya me costaba comprender el mensaje y me preguntaba, ¿a qué suelo se referirá esta afectada metáfora esta vez? ¿Al suelo al que alcanzan los pies del comunicante o al de los pies del comunicado? Porque, no lo olvidemos, tanto hay suelos a los que nuestras piernas no alcanzan como suelos que terminan clavándonos las rodillas en la barbilla. Y, entrambos, subyace una verdad incontestable: no todos tenemos las capacidades para llegar a todos los suelos. Naturalmente, nada tiene que ver esta afirmación con las cualidades paticortas ni patilargas de los actores en cada caso. Más allá de en un lugar opuesto al techo, la cuestión es ¿dónde está el suelo cada vez?

A uno, que procura mantenerse alineado consigo mismo, la frasecita de marras lo mantiene transido desde in illo tempore y cada día estoy más convencido de que el suelo de nuestras 'mejores intenciones' cede por segundos y que nuestras ideas preconcebidas y automatizadas claman por ser revisadas.

Decía Tagore que tanto el nacimiento como la muerte forman parte de la vida, y que caminar es tanto levantar el pie como bajarlo hasta el suelo. Bien por don Rabindranath. Y abundo, parafraseando a Edgar Allan Poe:

Que la constitución morfológica del cocodrilo le permita mantenerse perfectamente firme sobre el suelo, ¿justificaría el cortarle sus majestuosas alas al albatros?

O sea...

Feliz feria.