Para los peces, pájaros en el agua, el cielo debe de ser el mar. Era marzo de 1919, llovía, y la zona más seca para aterrizar del entorno aún industrial del barrio malagueño de Huelin y la playa de la Misericordia era el rompedizo. La Terminal 3 donde se celebró este martes el acto de los cien años del aeropuerto de Málaga, uno de los grandes aeropuertos de Europa, no está donde estuvo el primer hangar. Aquél estaba donde hoy está ese museo de la aviación en el área aeroportuaria de la capital de la Costa del Sol. Tras aquel primer vuelo, un ingeniero francés y empresario visionario, Pierre Latecoere, -como lo fue Carlota Alessandri unos años después, en los 30, plantando palmeras en un pueblito de pescadores, Torremolinos, para capturar los primeros turistas- convirtió en aeródromo aquella pista improvisada de aterrizaje. 400 millones de pasajeros después, un 2 de septiembre de 2019, el ministro Ábalos, el presidente andaluz Juanma Moreno, el alcalde De la Torre y más autoridades, junto al presidente de Aena y el de Iberia, entre otros, recordaban aquel hito de la historia de la aviación comercial ya con destino y origen Málaga (AGP, según denominación de la IATA, la Asociación Internacional de Transporte Aéreo)

Aquellos primeros vuelos en aquellos primeros aviones que hacían de correo en rutas que unían el planeta (en el caso malagueño, la ruta de Toulouse - Barcelona - Alicante - Málaga - Rabat - Casablanca) tenían un carácter épico. No llegaba a cinco años antes de aquel aterrizaja en Málaga, el 1 de enero de 1914, que se había consumado el primer vuelo comercial en todo el mundo, que se efectuó con un hidroavión Benoist Type XIV, en un vuelo entre San Petersburgo y Tampa (Florida, EEUU). Y sólo una década antes, en diciembre de 1903, se produjo el primer vuelo en un avión controlado por los hermanos Wright. Antes de aquello sólo estuvo Leonardo con sus alas de autómata y el legendario Dédalo retando al sol y perdiendo en el embite. De los dragones voladores de Daenerys y otras bestias y pegasos y de sus jinetes humanos se ocupa únicamente la ficción y el viejo anhelo de quienes la urdieron de dominar, sin ingeniería aeronáutica de por medio, la naturaleza y sus leyes inexorables.

Creo que fue el alcalde malagueño el que nombró de pasada incluso a Exupery. El universal autor de El principito, efectivamente, también aterrizó en Málaga cuando, como correo aéreo, recalaba en una fonda de Churriana, allá por 1926, cuando hacía escala en el rompedizo. Al bueno de Antoine, que aún no había escrito el libro infantil no infantil más importante de la Historia, no tardaron en llamarle Antonio el francés los parroquianos. El modelo de avioneta en la que llegaba aquel francés de vez en cuando se llamaba Breguet XIV, pesaba unos 2.000 kgs, con motor también francés, de la joven factoría Renault, y podía traspasar los 100 kms/h. Cuentan que el soñador Exupery siempre llevó al límite sus alas, quizá creyéndolas propias, hasta que aquel otro aviador nazi le derribó en pleno vuelo, en julio de 1944, y desapareció en el mar para siempre...

Los periodistas asistentes al acto del centenario del aeropuerto malagueño se afanaban, lógicamente, por sacarle unas declaraciones sobre la no investidura de Sánchez al ministro y su opinión al respecto como barón popular al presidente andaluz, con unas nuevas elecciones en ciernes. Yo me quedé algo colgado imaginando a Antoine de saint-Exupery, sentado en la arena junto a su avión, hablando con un niño rubio que no dejaba de pedirle que le dibujara un cordero en la playa de la Misericordia...