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La punta del iceberg

Pedro Rojano

Discusiones de la era D. W.

En la era D.W. se considera un insulto cuestionar el conocimiento, la argumentación e incluso el nivel ortográfico y gramatical

Últimamente me enemisto demasiado. O al menos me lo parece. Debe ser cosa del wasap. Esto de estar tan interconectados comienza a pasarme factura.

A.W. (Antes del wasap) uno dedicaba las horas del día a su trabajo, a hacer la compra, a llevar a los niños al colegio o a sacar al perro. Por las noches nos tragábamos el telediario en silencio, delante de la tortilla francesa y, de vez en cuando, comentábamos alguna noticia en familia. En la era D.W. (después del wasap) todos nos hemos convertido en tertulianos de la actualidad en general. No es imprescindible saber del tema que se trata, ni siquiera conocer bien los detalles; si eres miembro del grupo, tienes todo el derecho a opinar, e incluso a apoyar tus argumentos con pseudovídeos de pseudonoticias elaboradas por pseudoreporteros aludiendo a pseudofuentes que sin duda están perfectamente legitimadas y contrastadas por haberse viralizado viajando a través de millones de smartphones. Fíjense, después de todo, en esto Göebbels fue un maldito visionario: «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».

Para asistir a un serio debate televisivo A.W., el invitado debía aportar suficiente titulación, una probada experiencia en el tema a tratar y una habilidad para la dialéctica que lograse transmitir al espectador sus conocimientos y opiniones con coherencia y claridad. Cualquiera que visionara el programa podía aprender de ellos sin necesidad de estar de acuerdo. En la era D.W. se considera un insulto cuestionar el conocimiento, la argumentación e incluso el nivel ortográfico y gramatical de cualquiera que forme parte del grupo y exprese su opinión táctil y libremente. Aquellos que se atreven a poner en cuestión la idoneidad de expresión de algún tertuliano, no se le condena expulsándole del grupo (que sería un verdadero alivio) sino que se le obliga a internarse en un enrevesado laberinto de estupideces que toman el control de su pantalla y por supuesto de su tiempo.

A.W. discutíamos fundamentalmente de futbol. No es que fuera un tema demasiado cultural pero, al menos, cada uno defendía un sentimiento sin mediar argumentaciones. Era la simple creencia en el equipo con una fe inquebrantable. ¡Te digo que fue penalti! ¡Pero si no le rozó! ¡Fue tan claro que no hizo falta ni que le rozara! Las tertulias de fútbol eran enconadas, excepto en la barbería, con la navaja en la mano el barbero siempre tenía la razón. Lo mejor de todo es que las discusiones casi siempre terminaban con unas risas, al fin y al cabo, aparte de la liga, no nos jugábamos demasiado.

Pero la época D.W. nos ha traído otro modelo de discusión, en la que los participantes son omnipresentes, la disputa puede alargarse horas e incluso días. Los gestos se han estandarizado y hemos perdido la capacidad de particularizar las emociones. El tono de la frase lo impone la lectura y no hay lugar para rectificar las malas interpretaciones. El wasap nos ha condenado a un estúpido monólogo entre tú y tu forma de leer. Y esa deficiente discusión tiende a la confrontación entre amigos.

Y el tema, invariablemente, desemboca en el desagüe de la política. Cualquier apunte se convierte, tres o cuatro mensajes después, en una invitación a la discusión política. Que Nadal gana el Open Usa, discutimos de política. Que la selección gana el mundial de baloncesto, hablamos de política. Que Málaga organizará la gala de los Goya, enfrentamos la política. Las noticias falsas, los vídeos manipulados, los comentarios troceados, y las espurias estadísticas nos han viralizado como auténticos hooligans de los partidos políticos. En la era D.W. la confrontación política es el punto por el que se nos fuga la vida social, la educación y la cultura.

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