Málaga es una ciudad de grandes oportunidades en tres categorías: ganadas, empatadas y perdidas. De esas oportunidades han salido aciertos indudables, algunos discutibles y discutidos, como también fracasos sonados, de esos que, cuando se mencionan, el interlocutor forofo hace lo divino y humano por pasar página y hablar de la iluminación de calle Larios en Navidad. Empata la oportunidad de la Alameda Principal, paseo partido por un Scalextric, un sol y sombra que, con una mano da espacio al ciudadano y con la otra lo condena a una travesía del desierto, huérfana de sombra. Igual remonta el resultado con algunos toldos de la providencial marca de cerveza, vaya usted a saber. No cabrá empate con el hotel del puerto, pues una vez se ponga la pica en Flandes, sea hotel, casino, viviendas con vistas (de las que los malagueños pasaremos a ser meros aparceros) o lo que surja, quedará para ser la aguja de un reloj de sol que marcará nuestra hora más oscura a perpetuidad.

Pero las oportunidades en esta ciudad son como los icebergs: cuando afloran, ya hacía decenios que alguien estaba haciendo cubitos de hielo. Cuando tú vas, yo vengo ya del notario; cuando lees la noticia, ya está todo el pescado vendido. Viene esto al hilo de la publicada aspiración del alcalde de urbanizar los terrenos al norte de la Ronda de Circunvalación, y del problema que tiene ser como soy, mayor e intrascendente: que uno ha estado ya hace quince años en reservados donde se hablaba de que Los Montes ya tenían nuevos dueños, avispados y expectantes, y que nadie repara en que lo están contando delante de un 'ajeno', porque para ellos no existes.

Siendo que a esta oportunidad tampoco parece que vayamos ni a llegar, ni a pinchar, ni a cortar ninguno de nosotros, los meros contribuyentes, a ver si nos podemos apuntar a la próxima.