El boicot es un arma de doble filo no solo por la catadura del boicoteador sino por la precariedad miserable de sus intenciones. Alejandro Amenábar es el primer convencido de que los ultraderechistas que acuden a reventar las proyecciones de su película, Mientras dure la guerra, no hacen más que despertar la curiosidad por ella en las salas de cine. Los ultraizquierdistas y antisistema protagonistas de los escraches en las universidades contra dirigentes del centroderecha consiguieron con ello todos los fines menos los que se proponían con su actitud intolerante. Igual que Vox cuando se dirige a los suyos en los mítines para vociferar en contra del PSOE definiéndolo como un partido criminal el único efecto colateral que logra es precisamente atraer hacia Sánchez a los votantes moderados que ven en las acusaciones una auténtica desproporción. Los seguidores de Abascal puede que aplaudan ese tipo de vómito pero, por contra, son muchos los indecisos que lo repudian. Al PSOE se le puede acusar de comportarse de manera errática y de mantener una actitud calculadamente ambigua en los asuntos relacionados con Cataluña, como prueba la estrategia del PSC en Cataluña y la postura de perfil de Iceta en cuestiones que afectan a la esencia de la batalla que el constitucionalismo libra contra los nacionalistas. Eso, sí está fundado en los hechos. Pero cargar contra los socialistas por su «historia criminal» es un disparate. Sánchez, igual que Amenábar con su película, es consciente de que Vox, desde que irrumpió en la política como un elefante en una cacharrería, lo que hace es proporcionarle los votos del miedo.