Arde Barcelona mientras la Princesa de Asturias pronuncia su primer discurso público. Mil números de la Guardia Civil aguantan el cabreo de su inacción por una cuestión de competencias, mientras el ministro Marlaska - uno de los peores ministros del Interior que hemos tenido, igualando a Jorge Fernández - se toma una hamburguesa en Chueca. Válgame Dios! Cayetana Álvarez de Toledo es increpada a los gritos de «argentina», «española», «puta» y «zorra» y «ojala estés muerta» por estibadores en huelga, que seguramente habrán asistido con sus mujeres - perdón, con sus compañeras - a alguna manifestación feminista. Habría que aclarar que algunos pretendidos insultos solo lo son en las mentes enfermas de los que los pronuncian. Jóvenes encapuchados, airados por tenerlo todo, incluida la ignorancia, incendian barricadas y en medio de las llamas recuerdan a los frailes atizando el fuego de las brujas en los grabados luteranos. Media Cataluña tiembla de miedo, acorralada por la otra media, mientras el dinero de la nueva burguesía mediática financia la revolución contra la antigua burguesía de la Lliga de Prat de la Riba y Cambó, que también jugaron el mismo juego y también injuriaron al bisabuelo de Felipe VI. La Historia repetida. De nuevo la Ciutat cremada. De nuevo la Semana Trágica. De nuevo la misma ira que cuando el desastre del 98 acabó con la riqueza del puerto de Barcelona, que comerciaba con América, incluida la esclavitud en Cuba, que sobrevivió hasta 1880 y que tan cuantiosos beneficios produjo para muy conocidas familias catalanas, que, con los beneficios del transporte de africanos, crearon parques y edificios modernistas de Puig y Cadafalch, Coderch, o el místico Gaudí, cuya recreada obra cumbre acaba de cerrar hoy la miserable Iglesia Catalana. ¿Habrá alguna relación histórica, cultural o social entre el transporte de la esclavitud de entonces con las mafias del transporte de africanos hoy en día? Habrá algún nieto de algún burgués esclavista de entonces en alguna de las ONG de hoy? De nuevo Bélgica, con la autoridad moral que le otorgan sus cientos de miles de muertos en las plantaciones de caucho en el Congo durante el XIX, solicita una traducción de la orden del juez Llarena, como si el español fuera el letón, y posteriormente deja en libertad a un delincuente, según la interpretación «democrática» de la ley, que suelen llevar a cabo las autoridades judiciales de aquel no país, siempre imaginando que van a volver los Tercios. En la simpar Granada, un grupo de simpáticos estudiantes - es un decir - reclaman en Puerta Real el derecho a decidir para Cataluña, como una prueba más de ser la generación más ignorante de la España moderna, rozando el analfabetismo. Por ignorar, hasta ignoran que son una raza inferior, según Don Corleone Pujol y que el idioma en el que piden ese derecho humano para la grandiosa Cataluña es considerado por el presidente de esa región española como propio de las bestias. La ignorancia estudiantil, que me deja perplejo cada mañana, oyendo en el autobús las conversaciones de los barbudos y enflequillados estudiantes - insisto, es un decir - es sencillamente total, absoluta, radical. En los muy democráticos Emiratos Árabes en los que reside por razones puramente materialistas , ese prodigio de la ciencia jurídica y de la coherencia, llamado Xavi Hernández - Xavi, a ver si te enteras que te llamas Javier Hernández, es decir, hijo de Hernando, es decir, castellano viejo puro y duro - clama contra la injusticia de una sentencia, mientras ese otro benefactor de la Humanidad, Josep Guardiola, antiguo modelo de Toni Miró, también aúlla y patalea por la aberración de una sentencia que condena a unos señores delincuentes, simplemente por haber delinquido. Mientras continúo escribiendo, salta en mi móvil la noticia de que en el centro de Barcelona colocan bombonas de butano en los contenedores ardiendo. La revolución de las sonrisas ¿Qué estará comiendo ahora mismo el señor Marlaska y dónde?

Estamos en presencia de una revolución en Cataluña, que puede esparcirse y derramarse como el aceite hirviendo por otras zonas de España. La globalización y la informática tienen un lado tenebroso, cuya profundidad aún no hemos llegado a calibrar. Y tenemos un Gobierno desbordado que sencillamente no sabe qué hacer. Es una situación de emergencia nacional que hay que afrontar con todas sus consecuencias. Como lo haría cualquiera de los países de nuestro nivel histórico, democrático, cultural económico y social. Sin miedos. De frente. Con todos los poderes que los artículos de la Constitución otorgan al poder ejecutivo. Y sin olvidar que no solo este Gobierno es responsable. Lo que está ocurriendo empezó con el primer gobierno democrático y continuó con todos los que le siguieron hasta hoy. Y la mitad de Cataluña aterrorizada tiene que ganarse el derecho a ser respetada, a ser respetada, insisto. Y saben a qué me refiero.

En Oviedo, una princesa dulce, inocente, bellísima, de ojos transparentes, celestes como un cielo de verano, y con ondas de oro cayendo sobre sus hombros, pronuncia sus primeras palabras en un acto solemne y sobrio, ante el embeleso de sus padres, el ojo siempre avizor de su abuela la Reina y las lágrimas y las manos entrelazadas de su abuela sindicalista, que le ha transmitido sangre asturiana nueva, lo cual está muy bien y siempre es sano. Solo faltaba un Velázquez que la inmortalizara, como a su antepasada Margarita de Austria en las Meninas, mientras los Reyes contemplaban la escena reflejados en un espejo.

He visto todo el acto con emoción contenida, como suelen ser todos los que protagonizan los Reyes, en un perfecto ensamblaje de elegancia y sencillez. Y también eso está bien, no excederse ni en lo poco, ni en lo mucho. En El Escorial el protocolo borgoñón marcaba hasta los pasos que había de dar un embajador, desde que entraba por el Patio de los Reyes hasta llegar a la presencia de la Sacra Majestad de Felipe II, sentado en una jamuga. Pero el Rey del mundo vestía de negro, la cámara regia era un salón normal y no existía un trono. Comparen a la corte española sobria y enlutada frente a los perlimpines, miramelindos y pimpollos franceses en el cuadro de Jacques Laumosnier, que recoge la firma del Tratado de los Pirineos en la isla del Bidasoa. Dos concepciones del mundo, de la vida, del protocolo y de la elegancia radicalmente opuestos y para mí, al menos, incomparables.

Premio a grandes personalidades e instituciones, aunque el otorgado a mi amado Museo del Prado es el más importante y el discurso de Javier Solana realmente hermoso en forma y contenido. El viejo socialista llamando de vos a una princesita y aconsejándole para su vida futura es una estampa de otro tiempo, de un tiempo que en muchos aspectos habría que ir a buscar, el tiempo perdido.

Es posible que Leonor no llegue a reinar nunca, o sí. Es posible que reine sobre una España como la de hoy, o con amputaciones y heridas. Y es bastante posible que nosotros nunca lo sepamos, porque ya no estaremos aquí. Pero el acto de hoy manifiesta con rotundidad el hilo invisible que une la Historia y la va cosiendo y entretejiendo paso a paso y siglo a siglo. Y siempre existirá una continuidad, como la hay desde Don Pelayo a Leonor. Esto es así y nadie puede cambiarlo. Mientras Barcelona ardía, sonaban en las gaitas y los tambores las notas de Asturias, patria querida. Y algunos pensamos que quizás estamos a punto a volver a quebrar la Historia, la mejor historia y la mejor etapa que jamás ha tenido este país llamado España.