Ahora que estamos ya encarando el verano, habrá que parar un momento y dedicar unas líneas a la Navidad antes de que nos pasemos la salida. A pesar de la señalética y de las luces, porque ya no hay Navidad sin peleas de bombillas. Yo, que me paso el día en mi casa ejerciendo de censor del kilovatio como buen padre de familia, apagando luces a la velocidad del rayo, esperando a cachete caliente la llegada de la factura y se me pone cara de «Esto ¿quién lo paga?» ante tanta 'luminisciencia', me resisto a hacer descansar el orgullo de mi ciudad en la cantidad de bombillas encendidas que cuelgan, se llame Málaga, Madrid, Vigo o - ay - la pobre Nueva York, ya derrotada en estas lides de ledes, según afirma Don Abel Caballero. Que yo voy encantado a Vigo, alcalde, incluso sin necesidad de que me venda la ciudad con la imagen de un atrapasueños psicodélico de fondo. Y lo mismo le digo a los restantes responsables municipales de las ciudades citadas, incluida Nueva York. O especialmente Nueva York, ahora que la aerolínea Delta ha anunciado que dejará el vuelo directo desde Málaga a la Gran Manzana. Habrá que ver qué pasa a principio de año, que hay cambios de cromos de los 'slots' aeronáuticos y a lo mejor las cuentas que no le cuadran -dicen- a Delta ya las están haciendo otras compañías. Ojalá, porque no teniendo un duro para viajar a Nueva York, prefiero no hacerlo en vuelo directo que con escalas, que resulta más cansado hasta en folletos.

Ay, la Navidad. Miro por la ventana: veintidós grados, cielo despejado, no ha llovido ni para llenar un búcaro, ambiente de rebajas, la tarjeta temblona y mirando viajes... Empiezo a pensar que las luces esconden túneles del tiempo, que nos pillan en octubre y nos sueltan en junio con medio año «tangao».