Increíble, pero cierto. Aunque tampoco me sorprende demasiado. Pues si las épocas de paz y concordia son igualmente pródigas en la aparición de criaturas de la desesperación y la sombra, cuánto más los tiempos sombríos. «Vosotros, fascistas, sois los terroristas. La próxima vez no quemaremos contenedores, os quemaremos a vosotros, porque al fascismo se le combate. Feliz Navidad y puta España». Ya ven: una consigna bien cargada y referida en los medios que, al menos desde lo que a mi interés respecta, me hubiera pasado totalmente desapercibida si la voz que pone grito a la proclama no fuera la de un menor embozado en una estelada. Y cuando digo menor, así, a ojo de buen cubero, no me refiero a los menores que están en las lindes de dejar de serlo. Quizá, por su aspecto, me atrevería a suponer que la criatura todavía no sabe lo que es cumplir los quince años. En fin, qué quieren ustedes que les diga. A estas alturas, siendo francos, no me indignan los manifiestos de un zagal que ni sabe lo que dice. Uno lo ve y, pensando quizá en sus hijos, se deja caer en el sillón con una media sonrisa, quizá para no llorar. Evidentemente, lo digo sin demasiado temor a equivocarme, será por su propio entorno que su mensaje es el que es, y no otro. Me da pena. Porque, desde la total potencialidad que nos da la libertad y la apertura, este polluelo, en un mundo diferente y a cara descubierta, bien pudiera haber clamado: «Son mis leyes el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil». Pero ese libro, y esto también me entristece, jamás llegará a sus manos. Lo dificulto. En los ojos del zagal brilla la sonrisa que no le deja mostrar la estelada. Probablemente, porque la mirada lo dice todo, su sensación sea más la de un momentáneo nerviosismo escénico infantil por la ejecución de lo que él, en el fondo, siente como una heroica gracieta que una verdadera interiorización de su fanfarria. Términos políticos como fascismo, de claro y concreto origen histórico pero que hoy suelen utilizarse de manera vergonzosamente amplia en ciertos sectores para referir cualquier pensamiento ajeno y opuesto al propio, salen por su boca desde el más tierno, y a la vez lamentable, desconocimiento de lo que dice. No lanzaré piedras verbales hacia los custodios por prudencia.

Que un chaval grabe un vídeo y lo suba a las redes sociales no implica, hoy por hoy, que la hazaña haya sido impulsada por quienes quieran que sean sus guardadores. Pero lo que sí es evidente es que el mensaje procede del entorno más cercano. Y eso, señores, es una verdadera lástima: no digo ya el adoctrinamiento político general a edades tempranas, pues cada uno vive en su casa, sino precisamente aquel que permite y consiente por igual tanto la quema de contenedores como la del hipotético contrario. ¿Sabe acaso esta criatura cómo huele un ser humano al quemarse? Total, es lo que tiene el hecho de que hablar sea gratis. Que no hacemos criba, ni valor, ni gasto por las palabras. A tal efecto, también decía el libro aquel, ése que nunca caerá en manos del chaval: «Es tan ligera la lengua como el pensamiento, que si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua». Y es que, si natural me resulta que una criatura, evidentemente, crezca desde la libertad en el seno de la ideología que acontece en su ambiente, lo que no me resulta de recibo, repito, es que se traspasen ciertas barreras infranqueables y que, en el incuestionable marco de un sistema democrático, un chavalín apele a la lucha armada callejera y amenace con carbonizar al contrario desde el cómodo contexto de su armario provenzal y su estantería de clase media perfectamente ordenada. Por otro lado, no se puede felicitar la Navidad, la natividad, el nacimiento de Jesús de Nazaret y su mensaje, al grito de puta España. Pero claro, chaval, tampoco eso va a explicártelo nadie de tu entorno. Ni yo tampoco. «Pues cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces».