-Hola, buenas tardes. ¿Se puede?

Con esta frase entró Julia Boca en el despacho y en la vida de Carlos Gutiérrez, abogado malagueño que estrenaba bufete propio aquel mes. Carlos aparentó no sorprenderse ante la indumentaria de Julia: un traje imposible hecho de globos de colores hinchados, coronado por un lazo violeta que le recogía el pelo. Algunos globos ya habían explotado, y asomaba la piel morena de Julia. Entre los restos de un globo azul y otro rosa, Carlos pudo leer el mensaje de un tatuaje: «el amor es locura».

-¿Qué puedo hacer por usted? -le dijo Carlos.

Antes de que el abogado pudiera advertirle de las consecuencias de su acción, Julia se sentó frente a él: muchos globos explotaron al unísono, lo que provocó en el abogado una sensación urgente de irrealidad.

-Por ti, por favor. ¡No soy tan mayor! Me llamo Julia Boca, tengo treinta y ocho años, divorciada, sin hijos. Dirijo una empresa de eventos, Boca a Boca. Esta tarde estaba trabajando de esta guisa en la presentación de un nuevo modelo de un coche cuando ha decidido prescindir de mí.

-¿Quién? -le dijo Carlos.

-¿Qué importa cómo se llame? Que le jodan, es un cabrón. Como todos los escritores.

-¿Su€ tu pareja es€ es escritor? -aventuró Carlos.

-No tengo pareja -le respondió Julia-. Él nunca me ha dejado tenerla. Le gusta que sea una mujer moderna, independiente.

-Ah -exclamó Carlos-. ¿Y estás de acuerdo con ello?

-¡Qué remedio me queda! Yo solo pienso en mi trabajo y me enfrento al machismo, al techo de cristal. Esa es mi característica como personaje, mi marca, como se suele decir.

-Tu marca -repitió Carlos.

-Los personajes literarios tenemos algo que nos define y que nos diferencia de los demás. Pero parece ser que yo no hago falta en su mierda de novela, cosa que por otro lado me alegra, porque es un ladrillo insoportable. Como todas las que ha escrito, claro. Quiero demandar a ese hijo de puta.

-Se me ocurre una idea mejor, Julia.

Las primeras semanas, a Sara no le importó mucho que aquella mujer se fuera a vivir con ellos. Carlos le vendió la historia de que Julia podía perjudicar su incipiente carrera con una demanda tan excéntrica, que en cuanto redactara unas páginas de la novela que le había prometido escribir con ella de personaje principal, se iría.

Sin embargo, poco a poco, la estancia de la intrusa se hizo habitual: Julia era ya alguien que vivía en la casa con una naturalidad sospechosa. Sara se empezó a sentir primero desplazada, luego celosa y más tarde furiosa.

-Pero mujer -le dijo Carlos-, no te pongas así. Cuando termine la novela, ella se irá.

-La que se va soy yo, Carlos. Estás absorbido por esa ejecutiva de pacotilla. ¿Por qué no os vais al despacho?

-Aquí estamos más cómodos, allí no tenemos ambiente para la creación.

-Eso, encima pluraliza. ¿Adónde os tenéis pensado ir de luna de miel?

-Te aseguro que en unas semanas, todo habrá terminado.

-Ya ha terminado, Carlos -dijo Sara, cerrando con un clic su maleta y dispuesta a salir de la habitación. Carlos se interpuso entre ella y la puerta del dormitorio y le dijo:

-Sara, solo te pido una oportunidad de descubrir si soy bueno en esto.

Sara suspiró. Se sentía culpable o quizás egoísta. Pero no se lo iba a poner fácil.

-Te doy seis meses. Si ella está un solo día más en casa, no me verás nunca más.

Los días pasaron para Sara; las noches, para Julia Boca y Carlos. Una suerte de vida paralela se estableció en la casa. La novela avanzaba, la estructura se desarrollaba.

-Estás desplazando a mi personaje del centro -le advirtió Julia una madrugada, tras leer las últimas páginas escritas-. Ese tal Esteban me está comiendo el terreno.

-¡Oh, no! -se defendió Carlos-. Finalmente, lo acabarás dejando.

-¿Seguro? Parece que estoy coladita por él.

-¿Y?

- «El amor es locura», es lo que llevo tatuado en el brazo. Es el leitmotiv de mi personaje. Yo no sé amar: es más, yo no quiero amar. Y mis pensamientos y acciones están orbitando en torno a él. No soy una quinceañera.

-Es lo que pretendo: que el lector piense que estás enamorada, cuando en realidad no es así. No te quedas pillada por él, pero quieres jugar a que lo estás.

Julia le miró. Primero sonrió; luego bajó los ojos y antes de llevarse a los labios la taza de té, dijo:

-Te has cansado de mí.

-Nos queda poco tiempo juntos, Julia. Vamos a disfrutarlo al máximo.

Julia iba a replicarle y entonces ocurrió: eran las cuatro de la mañana y llamaron a la puerta. Ambos sabían quién era. Julia se levantó del sillón y le ofreció la mano.

-¿No te vas a quedar hasta el desenlace? -la conminó Carlos.

Julia le respondió dándole un beso furtivo en los labios.

Cuando Carlos abrió los ojos, ya se había ido.