Pasaron por Málaga esta semana pasada el temporal y los Goya, dejando una alfombra blanca y roja, cada cual la suya; una para pisar con mucho cuidado y la otra con cierto estilo. El frío nos regaló por sorpresa su blando granizo, pastoso hielo en el suelo, nieve para los niños que, no pudiendo ir al colegio en algunos casos, correteaban las calles gritando en nombre de todos como a la hora del recreo. La noche siguiente remató el frío con tormenta y cortinas de agua caían con violencia sobre la ciudad justo antes de que la noche de los Premios Goya abriera el telón y nos calara con su lluvia de estrellas. Cada vez más relucientes.

Faltó una gota en ese aguacero, una pequeña - o más bien alejada- estrella que no quiso aparecer y que sin embargo iluminó toda la noche el escenario, de una u otra manera. La más radiante de todas fue sin lugar a dudas a través de la delicada y prodigiosa voz de Amaia en su homenaje. Marisol recibió su honorífico galardón, aunque Pepa Flores eligió recogerlo desde casa, más tranquila, en calma. Eso decían sus hijas, sinceramente emocionadas.

Antonio Banderas, por su parte, también presente y también premiado, recibió el Goya por su interpretación como si fuera un actor empezando: emocionado, agradecido y desubicado. Y eso que jugaba en casa. O tal vez por eso. Les hemos acostumbrado a que les aplaudan fuera. Un poco como a Almodóvar que esta noche acaparó el éxito con su multi-premiada película cambiando el guion de tantos otros años.

Y hoy martes, de la gala y el temporal nos quedan las buenas fotos de una Málaga mal nevada correteando por las redes como un chascarrillo, la sonrisa ausente de una Marisol luminiscente, los malos chistes de twitter sobre los chistes malos de los Goya y alguna que otra película pendiente de ver.