Lo personal es político. Ir al trabajo en transporte público, en bici o caminando es político; no consumir productos de origen animal, es político; hacer uso de un lenguaje no sexista e inclusivo es político; dejar de tirar la corteza que quitamos al pan de molde que desayunamos es político. Todo, absolutamente todo, es político.

Nuestras relaciones personales, son políticas. Y siendo así, lo político también es personal. Todos aquellos espacios -virtuales y presenciales, donde se generan cuestionamientos, debates y reflexiones que se tornan en ideologías (espacios políticos)-, en los que estamos y somos, tienen y requieren tanto de lo personal, que es imprescindible cuidarlos, además de cuidar a quienes los componemos y ocupamos con nuestros tiempos, energías, saberes y ganas.

Las críticas sin sentido, las luchas entre egos y el menosprecio de la visión y trabajo de otras compañeras cuando éstas son parte de tu equipo no sirve para nada. Y menos en un momento como éste en el que cualquier excusa es buena para disparar a quienes tienen en el punto de mira. Atacarnos para demostrar quién ostenta más poder justificando sus actitudes a través de la experiencia, edad, el saber o el tener, es reproducir el sistema contra el que nos movemos y articulamos.

Y es que, ya sabemos que en un mundo tan hostil, crear y mantener espacios de seguridad y cuidados para nuestro disfrute y enriquecimiento garantiza un golpe a las entrañas del sistema. Es evidente que la oleada misógina contra nosotras y nuestros trabajos en la articulación y la incidencia política viene de la rabia de ver mujeres unidas, succionadores en mano, empoderándose, (auto) cuidándose y (auto) queriéndose.

Creo que todas las que formamos parte del movimiento feminista hemos experimentado o entendido, además de teoría política, es ante todo nuestro salvavidas, y no debemos permitir que se instrumentalice o se utilice para otros menesteres. Eso de que el feminismo mejora seriamente la salud bien pudiera ser uno de los motivos por el que seguimos enganchadas a la articulación y los espacios de subversión feminista.

Desde el acogimiento, cuidados, respeto, reconocimiento, disfrute y entendimiento, se convierte en un hogar en el que descansar tras un duro día lleno de machiruladas. Con muchas de mis compañeras he aprendido argumentarios, herramientas, habilidades... en definitiva, técnicas de supervivencia. Y las redes que construyes se vuelven soportes vitales.

Pero a veces (más de las esperadas y deseadas), he sentido que no todo es de color violeta. Y con el panorama actual, aun reconociéndonos todas diversas y plurales, nos debemos reconocer como iguales que formamos una red resistente pero delicada que no nos conviene tensar.

Para que este movimiento siga siendo eso, movimiento, debe generar y regenerar teorías, cuestionar y revisar la construcción de sus maneras, relaciones, liderazgos y representaciones. Debe invertir tiempos propios para crear y sostener espacios donde quepa la diversidad de las mujeres en todas sus expresiones en un ejercicio de soridad real en el que las necesidades colectivizadas desde lo personal se prioricen ante los intereses individuales.