La carrera hacia la presidencia de Estados Unidos es un muestrario de lo que nos vendrá. Igual que los éxitos de Hollywood, el nuevo iPhone o series como el "Ala Oeste de la Casa Blanca" o "House of Cards". Las inspiraciones de nuestros políticos son la lucha política por la presidencia y, sobre todo, las series. Lo que vemos allí pronto llegará aquí, con el inevitable barniz patrio. El "America, first" ya es el "España, primero" de Vox. El "Yes, we can" es el Podemos o el "Sí, se puede", e, incluso, ya está en el Gobierno. Los Iván Redondo, admirados por las técnicas de los asesores de Obama, distribuyen fotos desenfadadas -casuales- en el avión presidencial o tiernos vídeos del cumpleaños feliz de alguna ministra. En este año, año electoral USA, los asesores se ponen las botas, graban todo y toman nota de cada detalle para importarlo a la velocidad del rayo. Si pudieran, organizarían un estreno simultáneo de los nuevos fenómenos políticos, como las series de Netflix. La pasada semana ocurrió algo muy interesante que ofrece lecciones que pronto importaremos. El ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg se incorporaba en Nevada a la lucha por la candidatura demócrata. Participó en el teatro París de Las Vegas en un apasionante primer debate televisivo con todos los candidatos en el escenario. Fracasó. Sus contrincantes lo masacraron, según expresión de los analistas. Era una víctima fácil, aunque solo fuera por el resentimiento contra el acaudalado. Es el noveno hombre más rico del mundo, y se había gastado 370 millones de dólares en publicidad para auparse por encima del 10 por ciento en las encuestas, dato que le daba derecho a participar en la contienda y, por tanto, en el debate. Pero la palabra fracaso no forma parte del vocabulario del buen magnate. ¿Qué hizo el "tycoon"? Lo que suelen hacer los multimillonarios en estos casos. Tirar de cartera. Puso firme a su bien pagado equipo de editores de vídeo y les exigió un trabajo aparentemente imposible: revertir la imagen del debate. Y así lo hicieron, cortando aquí, pegando allá, en unas horas elaboraron un vídeo en el que un triunfante y arrollador Bloomberg aparecía como claro ganador del, en principio, nada favorable debate. ¿Manipulación? ¿Noticia falsa? ¿"Deep fake"? Los periodistas políticos norteamericanos siguen dándole vueltas sin llegar a ninguna conclusión clara, Unos lo consideran juego sucio y exigen una regulación inmediata de estas prácticas. Los más osados defienden como legítima la "edición" del vídeo del debate. ¿Por qué un hombre como él, con posibles, no iba a permitirse disponer de las más modernas técnicas de márketing? Se preguntarán -yo lo hice- por qué es tan importante un vídeo sobre algo que ya ha sucedido un día antes, que ya ha sido emitido en vivo por la televisión. La respuesta esconde otro dato relevante: la televisión ha perdido la batalla frente a las redes sociales. Lo significativo, lo decisivo, lo que se grabará en la memoria, es el vídeo que verán millones de personas, una y otra vez -la repetición es clave-, en Facebook, Twitter o Instagram, Cada vez importa menos el efímero directo, ya olvidado, que se vio una noche en la pequeña pantalla, mientras el espectador cenaba, se levantaba al baño o miraba el móvil. Otro gallo le hubiera cantado a Nixon si hubiera podido editar el vídeo de su debate contra Kennedy y eliminar aquellas gotas de sudor. O si Rivera hubiera podido suprimir las imágenes en las que aparecía como un zombi mareado en el plató del debate de abril. Las redes nos iban a traer la libertad individual de expresión, ya que en ellas cualquiera podría manifestarse. En las redes, todos seríamos iguales. Un tipo con un móvil disponía del mismo poder que la maquinaria de una prestigiosa cabecera de periódico. Un ciudadano podría hablar de tú a tú al presidente del Gobierno. Era mentira. Las redes -también- están al servicio del mejor postor, de quien pueda pagar a los ingenieros que mejor monitoricen las "granjas de mensajes" más productivas, o a los más ingeniosos guionistas de la propaganda masiva. Según esa teoría, las elecciones las ganaría Bloomberg, que ha invertido en la campaña lo mismo que la suma de lo gastado por sus cuatro contrincantes. Como las ganarían en España, si se presentaran, Ana Botín, Amancio Ortega o algún Masaveu. Aún está por ver que sea así. De momento, Bloomberg salió escaldado en las primarias de Nevada por más que manipulara el vídeo, Un anticipo de la respuesta final la tendremos el martes que viene, el supermartes, como si se tratara de una gran velada de boxeo. Donald Trump, también rico y también diestro con las redes, está esperando en la otra esquina del ring, bien arropado por un ejército de 73 millones de seguidores en Twitter.