Pasado un tiempo y una vez lo veamos todo en perspectiva es probable que nos demos cuenta de la suerte que tuvimos de que el mal llamado virus chino hubiera aparecido en China y no en cualquier otro lugar en el que ahora mismo su paso está siendo devastador. Pero es que sin el ejemplo de China, sin su modelo y su forma de actuar y los números que ahora presentan el panorama sería aún más desolador de lo que en estos momentos nos parece. Nos enseñaron cómo actuar y no tanto a nivel político como social, no en vano son una cultura colectivista en la que la conciencia de grupo y la pertenencia a este está por encima de cualquier individuo o individualidad. Por eso paseaban, ya antes de esta crisis, con mascarillas los enfermos o resfriados, más preocupados por no contagiar a otro que por su aspecto. Algo impensable en España, por ejemplo, al menos hasta ahora. Y por eso tan rápido cerraron las ciudades y se quedaron sus ciudadanos disciplinadamente dentro. No como en Italia, o el resto de Europa, que antes de cerrar corrían como si pudieran escaparse de un enemigo que vuela por el aire.

Aquí, en España, en occidente, nos cuesta más ceñirnos a lo que toca, prescindir de nuestra libertad individual por el bien común o encerrarnos sin que nos pase nada. Si hubiera irrumpido por ejemplo aquí el coronavirus el desastre sería de proporciones bíblicas y eso que ahora es difícil imaginarse un escenario peor. Bastante tenemos con lo que hay. Pero a pesar de los números no lo estamos haciendo mal, resisten como pueden los niños encerrados y los mayores sin visitas. Combaten los profesionales arriesgando sus vidas y más o menos todos remamos o queremos remar hacia la misma dirección. Eso sí, en embarcaciones distintas. Cada una con su bandera.