Voy a hablarles de ajedrez. Algunos aficionados a las frases hechas dirán que no es momento para juegos. Sin embargo, yo voy a hablarles de un juego que ha sobrevivido a revoluciones, guerras y epidemias. Un juego de estrategia en el que pesa más la mente que el físico, en el que la paciencia juega con ventaja. Durante la cuarentena he recuperado mi afición por el ajedrez. Juego con el ordenador, porque en este confinamiento no abundan contrincantes, y me he tenido que hacer amigo íntimo de esta pantalla que me acompaña cuando escribo, teletrabajo o cuando me comunico con mi familia. Una ventana que me mantiene al tanto de las noticias, me ayuda con las recetas de cocina y me gana al ajedrez.

Esta situación me está sirviendo para valorar la lentitud, para añorar la relación presencial y para demostrar que la soledad puede combatirse con la lectura de un buen libro.

«Soledad no es estar solo; es no tener a quien recurrir». La frase no es mía. Ojalá. Es de José María de Loma y está incluida en su última novela publicada llamada 'El Mago de Riga'. Cuánta razón desprenden los célebres y acertados aforismos a los que nos tiene mal acostumbrados. Yo he tenido la fortuna de encontrar esta breve novela de ajedrez, y digo breve en el más amplio sentido que le dio Baltasar Gracián al fonema, porque 'El Mago de Riga' se hace tan corta que dan ganas de que Mijail Tal, su protagonista, hubiese tenido tres vidas con las que el autor de esta biografía hubiese encontrado más argumentos para continuar sus páginas.

El Mago de Riga nos descubre la vida de un campeón del mundo de ajedrez letón, nacido accidentalmente soviético, que se dedicó a estudiar la mejor manera de abrir el ataque a la vida, como si esta fuera un tablero de 64 cuadrículas. Hizo tablas, como casi todos. Se trata de una novela donde su autor gira su propia rutina alrededor de Mijail Tal. El efecto mariposa salpica sus páginas, en el que un personaje invisible, con las mismas iniciales de Jose María de Loma, se va adueñando de los renglones. Con ayuda de Mijail, De Loma nos descubre sus manías, sus fantasías, venerados autores literarios, envidiadas novelas. Confiesa su punto de reojo, sus flaquezas y su pasión (o debería decir su enfermedad) por la escritura.

«Tener tos me da igual». Esa frase también es del libro, y pueden adivinar mi sorpresa al leerla. El presidente del Gobierno acababa de implantar el Estado de Alarma. A veces, uno se cuestiona su propia indiferencia, y ese cuestionamiento es deshonesto con la personalidad, pero hay que elegir: o la personalidad o la aceptación social. La mayoría nos rendimos a la segunda. Según nos cuenta José María, en muchas ocasiones, tanto Mijail Tal como él eligieron ser ellos mismos. El resultado no es medible, no hay tabla que analice con exactitud las consecuencias de una forma de ser, pero tras leer esta novela, me he dado cuenta de que ser uno mismo no te ayuda a ser mejor, pero es fundamental para comprenderse a sí mismo. Es eso, en definitiva, a lo que aspiramos todos.

Jose María de Loma, espigado alfil de Riga, nos traza una diagonal desde la portada hasta la contraportada de esta partida para desvelarnos sus dudas. Se enroca con este jugador de ajedrez, y alterna su fase de documentación con los acontecimientos que rodearon al protagonista. Nos hace caminar por los escenarios donde celebró sus victorias y nos invita a almorzar con sus contrincantes. Todo ello para brindarnos una magnífica crónica de la segunda mitad del siglo XX desde la mirada ágil e irónica de un extraordinario periodista y escritor.