unes.. Torpe intento de ordenar la biblioteca. Trato de agrupar los diarios, dietarios, memorias y autobiografías. Ahí están Campos Reina, Gaziel, Shirer, Souvirón, Gil de Biedma, Ruano. También Valentí Puig, Pla, Torga, Pessoa, Jiménez Lozano. Unos 40 libros. Pessoa pugna por ponerse en lugar preferente pero como es un tristón lo coloco en lugar discreto finalmente. Orden. También podría ordenar la cocina. Me ordenan que haga ejercicio. El viejo chándal vive una época dorada. Ha visto más el salón que la calle. Superada la tanda de abdominales me ducho y vuelvo a escribir. Escribo siempre con una buena camisa. Me acuerdo de aquella leyenda sobre locutores de la BBC radio que daban el boletín de noticias en smoking. Por respeto a la información. No sé si quitarme la camisa para poner un tuiter. Los libros se han rebelado y vuelven a estar en desorden. No tengo ninguno sobre epidemias.

Martes. Para que un diario sea sincero ha de anotar también la cotidianeidad menos reseñable. Se nos ha estropeado la cisterna. Lamentos. Confinamiento. Puente a la vista. Desastre. Los milagros existen: soy capaz de arreglarla. Treinta y dos minutos me lleva la operación, delicada y exitosa. Lamento no poder seguir siendo un inútil. Y entonces tiro una y otra vez tozudamente. Quizás no tanto por comprobar que funciona como por reconciliarme con mi propio tópico (soy un manazas) y que se fastidie de nuevo. Tranquilizo a mis lectores. Soy un inconsciente pero es casa con dos baños.

Miércoles. Renacimiento reedita 'Historia de una tertulia', de Antonio Díaz Cañabate. Es un libro delicioso. Muy divertido. Publicado en 1952 y muy leído en su tiempo, recoge anécdotas, ambientes y conversaciones de la tertulia que, fundada por José María de Cossío, se reunía durante la posguerra en el café Lyon d'Or, en la calle de Alcalá de Madrid. Leí ese libro hace muchos años, en la edición de Austral, tapas blandas y azules. Mi padre lo tenía en casa. El libro no tiene estructura como tal. Es una sucesión de estampas. Salen pintores, escritores, toreros, médicos, poetas, gente muy conocida. En palabras de Marino Gómez Santos, que firma el prólogo, Cañabate era «el clásico señorito mal estudiante de Derecho». Menos mal que se dedicó al periodismo y a la literatura. Hay un fino humor en su prosa costumbrista y el volumen ayuda mucho a conocer una época. Como dice el crítico Ignacio F. Garmendia citando a Umbral, aquella tertulia representó un oasis de civilización en aquella España arrasada.

Jueves. Tantas cosas anuladas. Bolos abolidos. Compromisos aplazados. El paraíso de los procrastinadores. Hoy Jueves Santo debería estar comiendo en el Amazónico de Madrid, que es sitio chic, caro, de moda y en el que hace pocos meses me comí un pez memorable. Yo soy muy de que me claven en Madrid al menos una vez cada vez que voy. A veces merece la pena. También voy a la calle Ibiza que es donde están ahora las buenas tascas de moda y al Mesón del Champiñón, sitio de poco glamour y ahora un poco de guiris, por la Plaza Mayor, que me recuerda mucho a mis tiempos de estudiante complutense. Pero no voy a ir a ningún sitio.

Viernes. Llega un pedido de vinos. Otro de libros. También uno de cremas. Son tres timbrazos. Muy consecutivos en la inerte mañana. Tres veces que me levanto. Pero soy más fuerte que todo eso y vuelvo a acostarme. El edredón es el mejor amigo del hombre. Pienso que aún nos queda un mes de confinamiento. Me levanto, lo cual no quiere decir que esté despierto. «Nada le gustaría más al Gobierno, pero no es el momento aún de que los niños salgan», dice el ministro de Sanidad, Salvador Illa, quién le iba a decir a este hombre lo que le aguardaba. Tal y como lo dice lo meto en estas anotaciones. Sin resignación. Sin enjuiciar. Sin rebelarme tampoco. 'Los diez mandamientos' (qué grandioso Yul Brinner) me anestesiará buena parte de la tarde. Peliculón.