Están en juego la utilidad y la ética. Esta última ha sufrido las mayores sacudidas desde las guerras del siglo pasado, al verse sujeto el género humano a decidir a quiénes salvar y a quiénes no. Ahora los gobiernos se enfrentan al dilema de cuál es el momento apropiado para concluir el encierro.

Habermas explicaba el otro día cómo la protección de la vida que se impone no solo moralmente, sino también a nivel jurídico, puede entrar en conflicto con la lógica del cálculo utilitario. Ante la presión para reabrir fábricas, comercios y otras actividades productivas, el filósofo alemán cree que, para quienes gobiernan, solo hay una brújula posible y que los derechos fundamentales impiden que las instituciones estatales tomen cualquier decisión que tenga en cuenta la muerte de las personas. Las razones económicas no son insignificantes en una catástrofe de esta índole, pero el repunte de la mortalidad, la saturación definitiva de la sanidad pública pueden depender de cómo se lleve adelante el fin del confinamiento, que está acabando con la paciencia de casi todos. En una entrevista concedida a Le Monde, Habermas se mostraba consternado ante el rechazo de Alemania y algunos otros países del Norte a los coronabonos y a que, en una situación como esta, la Europa egoísta de los mercaderes se aferre a la política de crisis llevada a cabo durante diez años contra los países del Sur.

Si hoy no cabe la conciliación entre los intereses nacionales y los europeos, ¿de qué sirve la UE? Habermas se pregunta si cierta derecha y cierta izquierda populistas habrán encontrado en la crisis la razón de sus argumentos. Y si los antieuropeos proeuropeos son conscientes del riesgo que supone la desunión. Hasta aquí Habermas.