Nada es blanco ni es negro. Celia es de colores. Cuando nadie en la derecha española hablaba contra la condena a las mujeres que interrumpían su embarazo, ella defendía a las mujeres que se veían obligadas a abortar. Cuando no se sabía si las mujeres de Alianza Popular tenían piernas, ella enseñaba las suyas con normalidad extrema -de extremidad- en los debates televisivos del desaparecido Jesús Hermida. Las jóvenes piernas de una mujer de cuarenta. La malagueña, que venía del entorno juvenil del PCE, desde el principio se entendió bien con Fraga, al que difícilmente se le entendía. Cuando el partido del gallego y luego su recién estrenada herencia política, el PP, sólo llegaban a alcanzar los ocho concejales como máximo en las primeras elecciones municipales de 1979, en Málaga, en las de 1983, 1987 y 1991, Celia llegó como candidata en las de 1995 con su natural desparpajo, tan vulgar para algunos de entre sus filas, tan sincero para sus votantes, tan odiado por sus derrotados adversarios y tan electoralmente envidiado por los que hoy llamaríamos directores de marketing, tan Villalobos Talero, y se hizo con 15 concejales de una tacada frente a dos contendientes enormes, el autodenominado tras aquella batalla local «alcalde moral», Antonio Romero, que obtuvo 9, y el llorado Eduardo Martín Toval (que le regaló una oposición modélica), que se quedó en 7.

9 y 7 suman 16 de 31. Pero Romero y Martín Toval no supieron sumar. Celia gobernó con 15. Sus peores augures le profetizaron legislatura torpedeada y rota la vara de mando como nueva candidata a alcaldesa en las siguientes elecciones. La imaginaron como un suflé que se hunde por exceso de sal. Uno de ésos que seguramente tendrá que cocinar ahora en alguno de los programas de la nueva edición de MasterChef Celebrity. Pero en las municipales de 1999 volvió a ser la candidata menos candidata del PP y le robó a Izquierda Unida seis concejales -que la formación, ya sin Romero, nunca volvió a recuperar-, llegando a obtener 19 escaños. Ésa sería la mayoría absoluta que, tras su controvertida marcha al Ministerio de Sanidad en el año 2000, heredaría el actual imbatible alcalde malagueño, Francisco de la Torre, del que entonces se decía que era un 'gris' lugarteniente como para revalidar la alcaldía. De la Torre acaba de cumplir 20 años al frente de la ciudad.

Recuerdo dos polémicas con Celia Villalobos como ministra de Sanidad que nunca entendí, pero a las que si no te sumabas como cronista eras sospechoso de ser idiota. Tal fue la ferocidad con que el abanico político, parte de los suyos incluidos, zurró a la malagueña.

La primera fue su batalla contra el aceite de orujo. Le dispararon a discreción. Los intereses en Andalucía eran muchos en defender a los productores de ese aromático residuo, barato aceite de oliva para pobres, que se obtiene calentando los últimos restos de la molturación de la aceituna. Visto hoy con perspectiva de máxima calidad del primer prensado en frío, desaparecido el aceite de orujo de los mercados, la injusticia fue notoria.

La segunda fue una frase tan repetida que ya parecía decir lo que la frase no decía. La ministra recomendó de manera llana y clara a las amas de casa, con las que siempre se entendió a la primera -mi madre la adoraba-, que debían hacer el caldo con hueso de cerdo y no de vaca cuando estalló la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, también llamada de las vacas locas -precisamente se hizo mucha sangre con sus 'locos' modos de aconsejar desde el ministerio-. Ahora, quizá, vendría bien aleccionar así, o desde la seriedad formal que consideren para un ministerio, a todas esas personas que no lo creen necesario que hagan uso de las mascarillas si van a salir o a estar en contacto con quienes no viven en su casa.

Lo del Candy Crush durante aquella sesión parlamentaria o lo de la pillada llamando coloquialmente tonto a su chófer oficial fueron galones que ya llovieron sobre mojado. Los hubiera evitado no sólo si no los hubiese protagonizado sino si se hubiese marchado antes. Pero es que Celia Villalobos siempre fue evidente en sus luces y en sus sombras. Pero sus luces fulguraron. Sin embargo, a aquella alcaldesa que le dio cierto impulso a Málaga (creo que cada alcalde malagueño ha sido y es el que Málaga necesitó en cada momento, hemos tenido suerte en eso) nunca le soportaron la raza y le iluminaron las sombras y le ensombrecieron las luces. Visto hoy lo visto, Celia no fue ninguna papa frita sino una fritura malagueña con aceite de oliva no recalentado que, espero, sea uno de los platos con los que sorprenda al jurado de su nuevo show mediático.