Este confinamiento, que cada vez tiene más hechuras de tercer grado, nos ha recordado que la declaración del estado de alarma cumplía ya dos meses bajo una lluvia de agua y mascarillas. La ampliación de la fase 0 trajo a estos lares mediterráneos el mal tiempo, menos aplausos -todavía- y más protección. La caída libre de los decibelios solidarios en los balcones ha contrastado con el atisbo de una mayor concienciación que se ha prestado a ataviarse con esas medidas que, a priori, lo hacen todo más seguro.

Aunque -que yo sepa- en esta extensión polémica y lluviosa de la fase iniciática de la desescalada no hemos llegado a ver naves en llamas más allá de Orion, el paseo vespertino ha dibujado ante nuestros ojos postales que jamás hubiésemos imaginado.

Una tarde cualquiera, sobre el templado cemento de la pista callejera de baloncesto aledaña a un parque, se han colocado los cuerpos de sendos veinteañeros. Y una vez que estaban allí, lejos de botar una pelota naranja, se han dedicado durante un buen rato a boxear con guantes talla Tyson, amagando los golpes de un combate legendario como si no hubiera un mañana y esta preciosa zona verde fuese la extensión del gimnasio clausurado en el que entrenan para sacarse el carnet de malotes o tipos duros.

Además, en algún que otro barrio residencial de la capital malagueña, ha comenzado a irrumpir la figura de quien, sin mascarilla, se siente protegido por la enorme bandera de España que envuelve todo su cuerpo mientras colecciona las miradas ajenas que salen a su paso en la calle, en horario Núñez de Balboa. Pese a lo llamativas que, cuando menos, resultan tales imágenes, está claro que nos queda mucho por ver. Ahora, vendrán emociones aún más fuertes.

Esta rutina recién estrenada -en la que la evaluación de los viernes pone nervioso hasta al parroquiano más sereno mientras algunos gobernantes decían que Málaga merece la fase 2 cuando aún estaba en la 0- siente a la vuelta de la esquina el seductor runrún de ciertos pequeños placeres. Seguirán pasando cosas inéditas y sorprendentes en las páginas en blanco del desconocido libro que puso sobre nuestros pupitres cotidianos la crisis del coronavirus. Y sucederán con un patio político que se sugiere peligrosamente revuelto y, como antaño, ha puesto a ciertos sujetos a deambular a cara descubierta.