Sánchez, el presidente, no tiene por qué comerse los marrones de Iglesias. Pero parece que le va la marcha. De lo contrario, no se entiende que haya caído en la trampa de pactar con HB Bildu, a cambio de su abstención, que no la necesitaba, para prolongar el estado de alarma. Sánchez lo tiene difícil, dentro y fuera del Gobierno, dentro y fuera de su partido, dentro y fuera con los entes sociales; se ha roto el diálogo social y eso es muy peligroso en las circunstancias actuales, con la pandemia aún no controlada.

La tormenta política levantada por el acuerdo del Gobierno con Bildu para la derogación 'íntegra' de la ley laboral no se sabe cuál será su intensidad, ni tampoco si abre una brecha en la coalición gubernamental irreparable. Pedro Sánchez es el responsable directo de este tremendo roto que antepone la necesidad de mantener el estado de alarma, cueste lo que cueste. Y el coste para el Gobierno será muy grande. De entrada, se ha roto el diálogo social con empresarios y sindicatos y, en segundo lugar, ha encabronado a una parte del Gobierno, el más cercano a posiciones socialdemócratas, a cualificados barones del PSOE y a una parte importante del partido socialista. Pedro Sánchez, con su geometría variable, está llevando a su partido, a parte de su Gobierno, a empresarios y sindicatos a situaciones límites, sobre todo abriendo un melón en el peor momento, cuando todos los esfuerzos deben dirigirse a salir de la pandemia y de la ruina económica con el menor coste posible.

Sánchez se ha equivocado, ha metido la pata y tiene la obligación de reaccionar, de dar explicaciones y dar marcha atrás. No toca entrar en el jardín sin flores para arrancar de raíz la reforma laboral que aprobó el PP y que tiene demostrado haber sido enormemente perjudicial para los trabajadores, beneficiando a los empresarios. Pero, ahora, no toca. Sánchez se ha equivocado y, quizás, lo reconozca. Lo que no tengo claro es que lo haga Pablo Iglesias, sentenciador, y que no tiene reparo alguno en tensionar al Gobierno para intentar dejar claro que él manda, cuando se sabe que no es así. Gobierna Sánchez y es a él a quien se le exige una rectificación en todo orden.

Dicho lo cual, sí es necesario resaltar que la lucha contra la pandemia está dando resultados y que la aplicación de la ley de alarma se demuestra ser eficaz. Es posible que el propio Sánchez, llevado por la ansiedad de no quedar para la historia como el enterrador se viera obligado a tener que pactar con Bildu al no tener garantizada la continuidad de la ley de alarma. Lo malo está por llegar cuando dentro de 15 días, de nuevo, Sánchez pida en el Congreso prorrogarla quince días más. Hoy por hoy, Sánchez no tiene seguro nada.

Pero si Sánchez mete la pata, Pablo Casado sigue desbarrando, amparado por el facherío que cada tarde, al atardecer, sale en manada, de reducidas dimensiones eso sí, pero especialistas en las algaradas, en la bronca, en el insulto y la provocación. Los fachas, que nunca se fueron quieren imponer la ley del más fuerte, algo en los que ellos son especialistas animados por Abascal y cierra España y por Ayuso, la mandolina de sonrisa frívola. El PP, ya no es que tenga miedo al bocado electoral que le puede dar Vox, es que vive inmerso en un torbellino dialéctico del que no puede salir. Pablo Casado, con extrema dureza, propio de la derecha extrema se ensaña en poner por delante su ansiado deseo de llegar al poder, incluso con coste de nuevos fallecidos por el Covid 19, antes de apoyar al Gobierno en las medidas para combatirlo. Lo peor de todo esto es que en el seno del PP extremo echarse los muertos a la cabeza ya se ha normalizado, como otra operación de rutina en la lucha política a la española, adicta al discurso del odio que busca cualquier excusa, trágica o cómica, para firmar y humillar al rival. No le valen que las cifras avalen la reducción de fallecimientos, con toda una sarta de reproches, de despilfarro, de paro y corrupción. Frases que recuerdan al mejor Aznar, en los irredentos tiempos de sus enfrentamientos con Zapatero. Casado, en el consabido arco del neoliberalismo donde milita, ofrece soluciones que ya se han demostrado ineficaces. El PP es una mera copia de Vox. Casado versus Abascal. Si Abascal, especialista en la mentira y en las falsedades, es capaz, sin sonrojarse, de buscar el cuerpo a cuerpo con ideas salidas del manual que llevó al poder a Benito Mussolini, Casado se lo tiene que hacer pensar, pero no parece. Abascal repartiendo mandobles subido a Babieca, cual Cid Campeador, es normal porque no sabe hacer otra cosa, enlodado y sumergido en el pozo de mierda dialéctica que le es consustancial, pero que Casado caiga en la red que le ha tendido Vox sí es para palparse los fondillos porque, no se olvide, el PP es o debe ser partido de Gobierno.