La semana del 8 de junio vuelve el fútbol. Palabra de presidente. Así que preparen su mejor butaca, aperitivos y refrigerios, porque el viernes 12 el balón rodará de nuevo y en juego, nada más y nada menos, el título de la Liga Santander; ascensos y descensos en la Liga SmartBank; o las plazas europeas de la próxima campaña. Casi nada. Y eso en apenas 18 días. Qué son algo menos de tres semanas después de dos meses y medio de confinamiento. Nada.

No me he caracterizado de Javier Tebas, ni intento que la máxima autoridad de la patronal española del balompié deje en mis manos la próxima campaña oficial (sintonía musical incluida) de la sin-lugar-a-dudas mejor competición futbolística del planeta. Sólo intento dar dimensión a lo que para muchos televidentes fue el único titular de los muchos que este fin de semana ofreció Pedro Sánchez en su ya habitual rueda de prensa. De hecho, tan significativo anuncio abrió secciones de información general en todo tipo de medios de comunicación. Estuvo por delante de las novedades en la lucha contra el coronavirus o incluso por encima del positivista regreso del turismo internacional.

Créanme si les digo que no mantengo ninguna apuesta para referirme en cada Marcaje en Corto, desde que se decretase el actual estado de alarma, a la famosa gripe de 1918. Recuperar la prensa deportiva de entonces nos da pistas sobre lo que eran nuestros bisabuelos, como ya relaté en una anterior entrega, y lo que somos sus bisnietos o biznietos. Por eso me parece oportuno volver a octubre de aquel año, al rotativo Madrid-Sport, y leer: «Creemos... Que la gripe va a acabar con el fútbol».

A nadie en su sano juicio le hubiese entrado aquello en la cabeza si LaLiga actual estuviese constituida por entonces, y mucho menos si hubiera tenido al frente a alguien tan perseverante como el propio Tebas. Sí observamos que un siglo, que tampoco es nada, ha alterado poco ciertos hábitos mundanos a los que recurrimos frente a nuestros males. Contigo pan y cebolla, sí. Pero con la televisión de pago para poder seguir viendo a mi equipo.

Esta última sentencia es uno de los grandes logros que ha conseguido el fútbol español durante la última década, después del histórico remate de Iniesta «de nuestras vidas» y al margen de la masiva exportación de jugadores y entrenadores que desde entonces se ha sucedido. Son ahora muy pocos los rincones del mundo donde no hay al menos un profesional español impartiendo lecciones sobre fútbol, dentro o fuera del césped.

LaLiga ha conseguido crecer y restarle protagonismo global a la Premier League inglesa, con la Major League Soccer (MLS) estadounidense como alumna aventajada, cada vez más pujante en esto de las audiencias universales. Sin embargo, al espectáculo patrio considero que le falta, como a muchos otros ámbitos de nuestra sociedad, algo más de cultura. Cultura que se traduce en libertad y democracia, como bien dijo hace algo más de un mes la ministra María Jesús Montero.

Muchos echamos en falta más espectáculo más allá del propio espectáculo que ofrecen los partidos, las finales o los dramáticos play off de ascenso. Y no me refiero a las tertulias, a las dramatizaciones que rodean a este deporte o a ese nuevo periodismo de camiseta. Hablo de una dimensión que tuvimos la suerte de disfrutar en La Rosaleda durante la única participación del Málaga CF en Liga de Campeones. Es esa magia que empieza a envolver a público y protagonistas nada más sonar el himno basado en la descomunal pieza «Zadok the Priest» de Händel.

Por qué no copiar, como hemos copiado todo tipo de estrategias comerciales de británicos o estadounidenses en esto de sacar pecho por nuestro fútbol, y le añadimos la fuerza de la música popular. Esos intérpretes o artistas que hemos convertido en protagonistas de los balcones durante la pandemia, que nos han ayudado a superar este drama de casi 30.000 muertes sin duelo, no tienen nada que envidiar a U2, Fatboy Slim, Artic Monkeys o Kasabian. Y ahora encima, sin fiestas ni conciertos, nos necesitan más que nunca.