Odio y amo, ya lo decía Catulo. «Quizá te preguntes por qué hago esto. No lo sé, pero siento que así ocurre y me torturo», escribió el poeta romano. Amo: Si es que estoy encantado con todos mis vecinos, son tan majos... Antes casi no hablábamos, pero nos hemos descubierto con el confinamiento. Qué solidaridad la de la gente. Acojona. Increíble. Todo el día preguntándonos que cómo estamos. Que sí, que la salud es lo más importante, cuidaos todos, por favor. Y, oye, que si necesitas un recao, sal, tomate, hablar, lo que sea, coño, que para eso estamos. ¿Tomate? Venga, te dejo un bote de tomate a la puerta. Faltaría más. Y a las ocho, al aplaudir, qué cosa emocionante. Resistiremos. No nos va a vencer nadie, que aquí todos somos héroes y somos país, nación, nación de naciones y federación de planetas si hace falta. Buah, esto del virus está sacando lo mejor de las personas... Odio:

Los vecinos, que me acaban de dejar un bote de tomate, los cabrones. El rato que nos vimos en el balcón se me escapó que se me había terminado y ahora mira tú si este tomate está sin desinfectar, lleno de virus. Tengo entendido que uno de los hijos trabaja en un supermercado y mira qué peligro, tú. Y otra hija estudia Medicina y dime si no lo habrá pillado, porque estos sanitarios no están protegidos de nada. Lo mejor era que se mudaran, no sé, por el bien de todos. De todos. Yo no digo nada, pero quizá si se lo dejásemos escrito en una nota, en plan anónimo... Y lo de aplaudir, lo hago, vale, pero vete tú a saber si con tanto aplauso hacemos corrientes de aire y dispersamos más el bicho. Pero claro, es que la gente es tan maja, y mis vecinos son tan majos...