Para qué trabajamos. Conectados a las pantallas hemos ido dejando de estar conectados a la vida. Porque la vida no está en ellas, sino sólo su reflejo manipulado. Lo que pasa y nos pasa no es ni siquiera lo que vemos en la pantalla, sino lo que vemos y lo que no vemos de lo que estamos viendo. Y por supuesto lo que en la pantalla no vemos, no sale, no nos lo enseñan ni, con el tiempo, perfectamente enganchados en mayoría a la vacuidad de sus frames o a sus trincheras y sus odios, tan siquiera lo que nosotros enfocamos con nuestros smartphones es ya lo que no sale, pero debiera.

Las pantallas nos devoran mientras las devoramos. Las redes nos atrapan mientras participamos en ellas enredándonos con delectación y mediante la búsqueda de un protagonismo que las mismas favorecen y, en ocasiones, fabrican en muchos que no sabían que querían ser protagonistas ni anhelar el aplauso de nadie, la adictiva búsqueda del me gusta o el retuit, el pinchazo en vena digital.

Una de las imágenes que guardo en mis archivos (digitales, cómo no, a ver si se creen que no soy alguien de mi tiempo) es la de un libro haciendo la recuperación cardíaca a un ahogado que vomita emoticonos, identificativos de redes sociales y memes sin parar, recién salvado de un océano de smartphones que se apilan unos sobre otros provocando un sintético oleaje en la orilla. Pido disculpas por no haber sido capaz de identificar al autor de esa magnífica ilustración. La web está llena de cosas magníficas, pero no son las más transitadas. Llena de informaciones divulgativas valiosas, aunque no son las más leídas. La web es otra magnífica herramienta que nos ha traído nuestro tiempo. Convertida en un fin en sí misma por la sociedad más compulsiva, tribal y consumista, sin embargo, la herramienta manipula como herramienta para sus fines a quienes la veneran, adictos, y no saben usarla. La imagen de ese libro salvapersonas adictas a las pantallas existe, precisamente, porque todos, incluidos los ahogados, saben que esto es así. Pero el libro perdió la batalla ante ese océano de estímulos superpuestos e imparables que ni duermen ni dejan dormir al chaval -y al adulto-que termina habitando en ellos. Claro que hay lectores y cinéfilos. Y muchos con sustancia, no sólo hay lectores y espectadores de bodrios, pretendan ser estos comedia, drama, sombras de julay, pseudorevisiones históricas o remedios milagro. Pero la sociedad como tal no participa de ese salvavidas de la Cultura. Para la mayoría es Sálvame y Supervivientes, y no llegan ahí desde Faulkner, lo que les permitiría reírse un rato de quienes se ríen de su captación y hacer el viaje de ida y vuelta, de ahí no salen.

Como miles no salíamos esta semana de la página web de la secretaría virtual de la Consejería de Educación -más fantasmal que virtual desde el martes hasta ayer sobre las 18h en que yo escribía esto- para intentar sin éxito la matriculación de nuestros hijos en el plazo indicado. Lo telemático resulta demasiadas veces un quiero y no puedo en este mundo en que se abre antes la publicidad que la utilidad. Y respecto al ahora aclamado teletrabajo, quizá sea una opción irreversible, pero exitosa sobre todo para quién y por qué. Porque es evidente que no todos los que teletrabajan lo hacen en las mismas circunstancias personales ni sus casas son iguales. Y, en cualquier caso, a todos individualiza. Aísla. Qué sociedad somos y cuál vamos a ser.

Para qué trabajamos. ¿Para producir lo que es necesario para vivir mejor y al hacerlo sentirnos partícipes de un todo y relacionados con nuestro gremio y las personas que lo comparten? ¿O sólo para comer y pagar la wifi?... Ya es junio.